4. De excursión al veterinario.

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4. De excursión al veterinario.

***

Nil


Lo peor de tener una hija gatuna es llevarla al veterinario porque:

1. Meterla en el transportín es toda una Odisea y acabo con los brazos tan arañados que parece que me he intentado rajar las venas.

2. Se estresa durante todo el camino y yo me estreso porque no me gusta verla estresada.

3. Tengo que rezarle a Frida Kahlo para que Anastasia se porte bien en la consulta y no termine asesinando a todo el mundo.

4. Al llegar a casa, se enfada conmigo y no me dirige ni un miau en dos semanas.

Dejo atrás el ascensor y me encamino hacia el portal, sujetando el transportín cubierto con una toalla para que Anastasia no vea el jaleo de alrededor durante el viaje. Sin embargo, cuando salgo a la calle, me encuentro con el vecino señoritingo, que acaba de darle un paseo a su rata sin la compañía de la otra señoritinga.

No existe un tipo más repelente que este. Han pasado varias semanas desde que se mudó al piso de abajo y no hay día que no suba al mío para quejarse del ruido que hacemos mis compis y yo. Según él, no lo dejo meditar tranquilo porque se cree que estoy jugando a las canicas, y yo nunca me he entretenido con tal cosa. También le molesta la música que pongo cuando hago ejercicio a cualquier hora del día o los terremotos que montamos Anastasia y yo cuando jugamos juntos. Encima de que me he convertido en un chico educado y he dejado de lanzar a su terraza los pinos que plantaba mi hija en su arenero...

—Buenos días, Cayetano —lo saludo con mi espléndida sonrisa dibujada en el rostro, y la rata comienza a ladrar.

¿Por qué me odia ese perro?

—¿Qué llevas ahí? —es lo que me responde el señoritingo con curiosidad, señalando con la cabeza el transportín tapado.

Ni un «hola», ni un «¿cómo estás?», ni un «qué guapo estás hoy».

—A Anastasia. Tengo que llevarla al veterinario para vacunarla.

—¿Y por qué la cubres con eso? —quiere saber refiriéndose a la toalla, como un cotilla.

—Es que se pone muy nerviosa con el viaje en autobús.

—¿No tienes coche? —Enarca una ceja, y yo pienso que no es muy listo, porque me ve cada día cogiendo el transporte público para ir a la facultad.

—No, pero sí tengo carnet de conducir. No me voy a negar si insistes en dejarme tu coche. —Mi sonrisa se ensancha aún más y le pongo ojitos—. ¿Me harías ese favor? Te juro que te lo voy a devolver sano y salvo. Hazlo por Anastasia; no quiero que sufra.

Cayetano se pellizca el puente de la nariz con los ojos cerrados, procesando en su cerebrito lo que le acabo de pedir, y me mira.

—No pienso prestarle el coche a un tipejo como tú, que eres capaz de robármelo. Prefiero llevarte yo a la clínica.

—Entonces vamos, que no tengo todo el día. —Hago un ademán con la cabeza, en dirección a su coche aparcado, mientras el perro continúa ladrándome como si quisiera descuartizarme y comerse los trozos de mi cuerpo para el almuerzo—. ¿La rata también se viene?

—No se llama «rata» —me espeta apuntándome con el dedo índice—. Su nombre es Chanel y tiene más clase que tú y tu bola de pelos juntos.

—Vale, vale, Don Señoritingo. —Levanto las manos en señal de rendición.

—Espérame un momento, que voy a dejar a la perrita en casa y ahora bajo.

El yin, el yang y el maldito virus que nos unióDonde viven las historias. Descúbrelo ahora