6. Compartiendo la cama juntitos.

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6. Compartiendo la cama juntitos.

***

Nil


—¡Correo! —exclama Laura, mi compañera de piso, al llegar al apartamento.

Roque está sentado en la mesa de la cocina, esperando a que haga mi exquisito puré de patatas con kétchup y salchichas de queso. Dejo que estas últimas terminen de freírse, cojo mi carta, que es de un color beige sofisticado, y la leo.

Jimena y Pelayo

Tenemos el placer de invitarle a nuestra boda, que se celebrará el 19 de agosto de 2020.

Se me escapa una sonora carcajada porque esto me parece un chiste de los malos. ¿Qué pinto yo en esa boda de Pijolandia?

—¿De qué te ríes? —quiere saber Laura estirando su cuello para cotillear la invitación.

—Los Cayetanos de abajo me han invitado a su casamiento.

Mi amiga me arrebata la carta de las manos y pasea sus ojos por ella, incrédula.

—¿Por qué te han invitado?

—No sé... —Frunzo los labios—. ¿Quizá porque le caigo bien al novio? Creo que se está cuestionando su heterosexualidad por mi culpa. Lo pongo burrísimo. Y a la prometida, también.

—No todas las personas con las que tonteas quieren liarse contigo —interviene Roque con sorna—. Existe gente con buen gusto.

Le atizo con un trapo de cocina y Laura me dice a gritos que las salchichas se están quemando. Me doy la vuelta de manera automática, apago el fuego y coloco la carne medio carbonizada en los platos.

—¡Me cago en mi maldita vida! —exclamo.

—¿Y esto qué es? ¿A ti también te han invitado esos dos estirados? —oigo a Laura detrás de mí, y yo me vuelvo a girar para mirarlos.

—Les habré parecido majo en el ascensor. —Roque se encoge de hombros con desinterés—. A ella la he dejado pasar la primera en la puerta del portal, como el buen caballero que soy.

—Qué fuerte. —Laura niega con la cabeza, decepcionada—. Yo soy la única a la que no han invitado. Me han discriminado.

—Mejor para ti. —Me rasco la espalda con la pala de madera que he utilizado para mover las salchichas—. Pero si quieres, puedes ser mi acompañante y nos echamos unas risas los tres en ese ambiente de Cayetanos y Borjamaris.

—En esos sitios hay que comportarse con educación —me dice Roque—. Y sobre todo debemos ir de etiqueta para no hacer el ridículo.

—Ah, bueno, eso está chupado. —Dejo la pala en la mesa—. He ensayado lo de ser pijo durante toda mi vida con mis hermanas. ¿Queréis que os lo demuestre?

—Adelante —me dice Laura haciendo un ademán con la mano, y se sienta en una silla para admirar mi espectáculo.

Comienzo a caminar por la cocina como si tuviera un palo metido en el culo, imitando al señoritingo que vive abajo, y mis compañeros de piso se echan a reír; después, cojo una copa recién lavada y le doy un sorbo como si tuviera vino en su interior.

—Mmm... Este vino de tres millones de euros está delicioso —comento con acento fino, abandonando mi envidiable andaluz y pronunciando todas las «eses» de cada palabra. Luego miro a los otros dos—. ¿Qué tal? ¿Doy el pego como Cayetano?

—Que yo sepa, los pijos no se pasean por ahí en calzoncillos —suelta Roque.

—¿Y? Tengo que fardar de bóxers de Frida Kahlo.

El yin, el yang y el maldito virus que nos unióDonde viven las historias. Descúbrelo ahora