Laconia, que estaba recostada en su jardín en completa serenidad y en un éxtasis de agradecimiento a la existencia misma por otorgarle este momento rodeada de sus flores, su verde pasto y las esencias que limpiaban su corazón de toda nausea causada por Baltazar, vio a esta gigantesca criatura primero quitarle el sol, luego quitarle su jardín, y por último su castillo.
Debido a que Laconia puede cambiar la forma de su cuerpo a voluntad gracias a las bendiciones de la Dama Carmesí, salió completamente ilesa del interior del castillo, ahora en ruinas. Camino hacia afuera tras convertirse en un charco de sangre, se limpió su vestido del polvo, y con temple de acero fue hasta un lugar que pudiese ver toda la escena. Por sus costados corrían hombres portando armaduras y su sello insignia, a ella no le importaban en lo más mínimo, seguía caminando inexpresiva, las emociones que sentía eran tan fuertes que no podían ser mostradas por simples expresiones faciales, con sus tacos caminaba con elegancia, hasta posarse bajo la sombra de un árbol.
Sentada elegantemente, comenzó a observar y procesar lo que ocurría.
¿Qué era lo que estaba viendo? ¿Estaba ella en el infierno mismo? En segundos esta criatura destruyo lo que a Laconia le tomo años, el cuidado diario de sus flores la llenaba de una felicidad inefable, era todo lo que necesitaba de este miserable mundo, el resto eran cosas mundanas como la inmortalidad, las riquezas, maquillajes, las partes que la dama carmesí quería. ¿Acaso esta criatura también le quitaría a su amado Zrul? ¿Quién era capaz de algo tan aborrecible?
La gigantesca ballena abrió la boca y de su interior salió un ejército de bestias, arañas gigantes, polillas carnívoras, mantis gigantes y cocodrilos. Los siervos de Laconia morían uno tras otro, los solados eran fuertes, si, se los reconocía, ¿pero frente a la fuerza bruta de estas bestias que podían hacer? Eran destripados y devorados en el campo de batalla, algunos de los más habilidosos lograban cortarles patas u ojos, solo para darse cuenta que tienen más y su velocidad es exponencialmente mayor.
—¡Laconia!
—¡Hermana! —Hypekia y Arvenia decían al unisonó, viendo el castillo en ruinas—.
Baltazar junto a las hermanas de Laconia llego corriendo desde el otro lado de la ciudad, para ver el inexpresivo rostro de Laconia a la sombra de un árbol. Solo eso le faltaba, ver a Baltazar, era todo lo que requería este día para ser por lejos el peor que ella había tenido en bastante tiempo.
De pronto, desde el húmedo interior de la ballena vieron salir a una mujer extraña, vestida con un manto gris que cubría ligeramente su rostro y cuerpo, su "cuerpo" era una amalgamación de bestias, sus brazos; uno de lagarto con unas garras muy afiladas, y otro de oso, con pelaje brilloso, sus ojos; los de un lince, con varias cicatrices rodeando los ojos, su boca; tenía dientes extremadamente afilados, sus piernas; sorprendentemente intactas, al igual que su reluciente y largo pelo plateado.
Laconia reconocía vagamente su figura, pero no podía dar con el recuerdo correcto, su apariencia le incomodaba enormemente a ella, una adoradora de la belleza, por algo la Dama Carmesí la había escogido por sobre sus hermanas, ¿pero que había de la criatura que veía?, su belleza era... de acuerdo a Laconia, monstruosa.
—Sova... —La mujer dijo en voz muy baja, a la criatura alada tras ella— Ve a por lo que venimos, Ladón no debería tardar.
Repentinamente, un búho del tamaño de un hombre, vestido con un manto negro con agujeros para sus alas, de espalda erguida y de cuerpo alargado, salió volando en dirección a la iglesia eritrea, que seguía en pie en la zona cercana al impacto de la ballena alada y blindada.
Caladrius y Brigitte habían llegado a la escena, ocultos en las ruinas cercanas observaban los sucesos esperando el anochecer, que, podría ser incluso peor para todos.
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La Verdad Descuartizada
HorrorTomaron lo que consideraron suyo. Descuartizaron a la mujer más bella que Calicanto dio a luz y se repartieron su cuerpo al mejor postor. Masacraron al gremio de Umbrofagos, de Lampiridos, destruyeron a los Viridia. El sol había llegado a su ocaso...