"¿Ladón, para cuando llegara el cargamento de bestias? Comienzo a impacientarme. Mis primeros especímenes no soportaron la evolución, he enviado a algunos a alimentarse, pero mis rivales parecen estar al tanto de mis planes, apresúrate. —Edna."
El hombre-Gecko examinaba la carta con sus ojos dorados, mientras engullía a la lechuza mensajera, que había avistado desde la copa de los árboles.
—¿Mmm? —Ladón parpadeaba usando su membrana nictitante—
Ladón saco la lengua y la llevo a su órgano de Jakobson, para oler.
Dentro de la jungla, rodeado de gigantescos árboles y en absoluta oscuridad, olio a varias panteras y polillas, además de varias ¿mujeres?, ¿qué hacían mujeres tan dentro de la jungla? Pensó.
En medio de su pensamiento, un olor llego a su cerebro, de una criatura no identificada.
Salto a un árbol y se escondió rápidamente, mimetizándose con este al cambiar su color de piel.
—Shhh.
—Que sucede —Dalia le decía en voz baja, mientras se escondían entre los matorrales densos—, Apsat.
Apsat se sentía incomoda, en una jungla de tan enorme tamaño y bestias embravecidas por las brutales batallas por territorio, ¿por qué de un momento a otro había un silencio asi?
El silencio fue roto por una criatura que se arrastraba entre los árboles, había sido atraída por el olor de la carne humana.
—Zzzzzz —La enorme criatura atravesaba la oscuridad—
La criatura de enorme extensión, tenía solidas escamas envolviendo su cuerpo, de un color negro reluciente y patas con las que se agarraba de los gigantescos árboles para moverse.
Ladón observaba con entusiasmo, le faltaban muy pocas criaturas para regresar, y con esta bestia en sus filas seria suficiente para destruir cualquier cosa.
Varias polillas que estaban haciendo sus tareas de polinización abandonaron la zona rápidamente.
Y de entre las hierbas salto una gigantesca pantera negra a la cabeza de la enorme anaconda, con sus garras intentando herirla de mortalidad, consiguió destrozar su ojo y hacerla sangrar.
En represalia, la anaconda abrió sus gigantescas fauces y le clavo los colmillos más grandes que los de elefantes, primero despedazando su cabeza desgarrando carne y huesos hasta arrancarla, y llenando de sangre las elevadas hierbas, luego azoto con sus garras su cadáver contra un árbol, para desquitarse del dolor causado, al poco tiempo lo partido a la mitad y engulló su cuerpo para proseguir con la cacería, eso no era suficiente para llenar su apetito.
Apsat y Dalia estaban conscientes de que no eran rival para semejante criatura, ni en velocidad ni en fuerza, por lo que no podían escapar, ni pelear de vuelta. Por lo cual optaron por adentrarse más en la jungla, a las zonas más peligrosas.
Mientras corrían encontraban pequeños puntos de luminosidad azul, como pequeños faros flotando en la oscuridad, que pertenecían a luciérnagas gigantes. La anaconda las engullía sin mucho esfuerzo, su paladar no se sentía conforme con estas criaturas de mal sabor, esta bestia deseaba carne humana.
Ladón los seguía siendo precavido, no quería adentrarse muy profundo, era demasiado el peligro pese a la buena recompensa.
Entre hormigas muy grandes y caracoles que se alimentaban lentamente de las hierbas, intentaban huir, buscando a un rival digno para semejante animal, pero la anaconda seguía acortando la distancia, casi salivando al recordar el buen sabor de su carne.
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La Verdad Descuartizada
HorrorTomaron lo que consideraron suyo. Descuartizaron a la mujer más bella que Calicanto dio a luz y se repartieron su cuerpo al mejor postor. Masacraron al gremio de Umbrofagos, de Lampiridos, destruyeron a los Viridia. El sol había llegado a su ocaso...