El hombre del parque

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Aquella tarde, me encontraba en un extenso y hermoso parque que quedaba a pocas calles de mi casa

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...Aquella tarde, me encontraba en un extenso y hermoso parque que quedaba a pocas calles de mi casa. Iba muchas veces allá. Me gustaba caminar por sus prados y ver cómo las aves llegaban a mi lado cuando les arrojaba nueces o maíz.

En realidad, ese parque era maravilloso, estaba lleno de hermosos arces rojos, magnolias de follaje brillante, con fragantes flores blancas y algunos olmos enormes y robustos que se engalanaban con diminutas flores coloridas; había un hermoso lago y una espléndida fuente rodeada de unos radiantes crisantemos, preciosos narcisos blancos, unas cuantas violetas y estaba revestida de dulces jazmines.

Esa tarde me encontraba muy triste, algo que en mí era completamente normal. Por esa razón fui al parque. Siempre que me sentía así, aquel era mi lugar favorito para refugiarme. Esos prados tupidos por una suave y espesa grama poseían un encanto particular que dulcificaba mis sentidos, sosegaba mi espíritu. 

En especial, me cautivaba la fuente; ésta era enorme, hermosa, cristalina, plácida... el caer del agua me relajaba. Me gustaba pararme frente a ella y simplemente perderme en el rocío y tintinear de sus diáfanas y pequeñas gotas; abandonarme en el deleite de la danza silenciosa de las aves y sus melodías prodigiosas. 

Cerré los ojos y me sumergí en aquella mágica escena que me elevaba y me hundía al mismo tiempo en pensamientos vacíos.

Estaba absorta en mi propio mundo... abstraída en mi exclusiva realidad.

Escuché de pronto una voz masculina que emitía una preocupada pregunta al mismo tiempo que una mano sujetaba mi brazo. Abrí mis ojos lentamente y al volverme, vi a un hombre alto, de contextura gruesa, ojos azules, cabello castaño y piel blanca.

Era muy atractivo... realmente atractivo.

- ¿Estás bien? -repetía insistente, inquieto.

Yo solo lo miraba, veía su rostro, escuchaba su voz, detallaba sus ojos, los cuales eran de un azul cristalino y a la vez penetrante. Estaba cautivada, embelesada, maravillada... Segundos después, asentí por fin; pero casi no pude exclamar aquellas palabras, era como si estuvieran atrapadas, como si no pudiesen salir de mi garganta. 

Apenado me explicó rápidamente que se me había acercado porque pensó que algo estaba mal, que me vio tan ausente y lejana que asumió que yo necesitaba ayuda y luego de una sentida disculpa dio media vuelta y se alejó.

Lo vi marcharse; tenía un cuerpo varonil, fuerte, atlético. Caminaba con elegancia, lleno de una seguridad casi intimidante. Mientras se alejaba, muchas emociones recorrían mi cuerpo y una profunda confusión me invadió. Sobrecogida regresé a la casa. 

Acostada en mi cama con la mirada fija en el techo aún seguía con su imagen viva en mi memoria. Recordaba su rostro, su voz cálida, suave; sus ojos... sus hermosos ojos azules...

El diario de DamianaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora