Capitulo uno

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No sé cómo llegué hasta este punto. No sé cómo llegamos hasta este punto. Han pasado tantas cosas, y de lo único de lo que puedo estar segura es que para mí aún no ha cambiado nada. Me he acostumbrado a sentir el dolor y el vacío en mi pecho desde que ella ya no está.

Me llamo Clarke Griffin y tengo 25 años. Soy una prestigiosa cirujana general de Nueva York.

Se supone que tengo todo: dinero, amigos, trabajo y unos padres estupendos. Pero me falta ella, el amor de mi vida. La que me hizo la mujer más feliz del mundo y también la que me rompió el corazón. 

Lexa Woods.

Tal vez me rompió el corazón porque me dejó de querer cuando menos lo esperaba, tal vez fue porque después de tantas promesas no pudimos cumplir ninguna y tal vez, solo tal vez, me rompió el corazón cuando la eligió a ella.

Hay amores que no llegan a matarnos, pero eso no significa que sobrevivamos a ellos. Y este amor es un claro ejemplo de ello.

Y apesar de todo la quise, así, sin miedo al desastre que estaba por llegar.

Tengo que aclarar que esta historia no tiene un final feliz, al menos no para mi, no para nosotras.

Para que entendáis creo que tenemos que volver un tiempo atrás.

Exactamente hace 5 años.

***

En ese momento todo era perfecto, ella era perfecta, nosotras éramos perfectas.

Hasta ese día, unos de los peores días de mi vida. Y no es el peor solo porque hay otra cosa que quizás y me dolió igual o más que eso ya que esas dos cosas implicaban perderla.

Lexa y yo llevábamos siendo amigas desde los 4 años, todo en ese tiempo era normal entre nosotras hasta los 14, yo empecé a sentir cosas por ella y al parecer ella por mi también. En conclusión estuvimos juntas de manera oficial a los 15, pero esa noche del 13 de octubre a los 20 años lo cambió absolutamente todo.

Veníamos de cenar juntas como hacíamos cada viernes. Todo iba normal y perfecto como siempre, el semáforo se puso en verde y Lexa avanzó, pero de pronto un camión cruzó un semáforo en rojo haciéndonos volar por los aires a Lexa y a mi.

Lo siguiente que recuerdo es despertarme y oír los pitidos de máquinas y un terrible dolor en todo mi cuerpo. Me puse a pensar en cómo llegué hasta aquí. Y después de unos segundos todo lo sucedido se repitió en mi cabeza y rápidamente empecé a buscarla con la mirada.

Pero ella no estaba, empecé a gritar su nombre y un doctor entro y trató de calmarme pero de nada le sirvió. No me quería decir donde ni cómo estaba Lexa.

Luego volví a despertar y sentí todo mi cuerpo dormido. El jodido doctor me había sedado. Menudo hijo de puta.

Después de que me hicieran varias pruebas el doctor finalmente me dijo que Lexa estaba en coma. Todo mi cuerpo se congeló y solo pude sentir lágrimas acumulándose en mis ojos. Estuve llorando dos horas hasta que me digné a pedir que me llevaran en su habitación.

Cuando entré vi como tenía muchos cables en ella, moretones en sus brazos y una parte de su cara. Lo que más me llamó la atención era la venda que tenía en la cabeza, con eso mis sospechas se confirmaron. Lexa se había llevado la peor parte y hay posibilidades de que ese golpe en la cabeza le afecte de muchas formas. Formas que no quería pensar ahora mismo, porque ahora lo único que quería era correr y abrazarla. Así que lo hice.

No sé cuánto tiempo estuve abrazándome a ella ni en qué momento me había quedado dormida. Mi cuerpo aún dolía pero eso no hizo que me apartara de ella.

—Lexa...

Nada.

Silencio.

Pitidos.

—Estoy aquí cariño, ¿puedes oírme?

Y otra vez la habitación se quedó en silencio.

—Tienes que despertar Lexa, por favor—dije llorando.

—No puedes dejarme, prometiste no hacerlo nunca.

—Lo prometiste—susurré mientras sentía más lágrimas caer sobre mi mejillas.

Finalmente después de una hora me obligaron a dejar su habitación y ir a la mía.
Allí estaban mis padres que ayer no habían podido llegar porque no estaban en la ciudad.
El enfermero que me llevaba me levantó de la silla de ruedas y me tumbó de nuevo en la cama.

Rápidamente mis padres se sentaron a mi lado y empezaron a llorar mientras me dejaban besos cuidadosamente por la cara.

—Menos mal que estás bien princesa—dijo mi padre con la mirada llena de alivio.

—No te ibas a librar tan fácil de mi papá—vacilé.

—Tampoco pensaba en hacerlo.

—Dios Clarke, pensaba que me iba a dar un infarto cuando me enteré—dijo mi madre con lágrimas en los ojos aunque con una sonrisa que también reflejaba alivio.

—Lo sé, lo siento—susurré.

—¿Cómo te sientes?

—Como si un camión me hubiera atropellado—dije bromeando.

—Lo digo enserio cariño—dice mi madre después de reírse de mi estupida broma con mi padre.

—Me duele casi todo el cuerpo pero solo es cuestión de tiempo que el dolor se vaya—le explico tranquila.

—¿Qué tal está Lexa?—pregunta mi padre con tristeza.

—En coma—dije tragando hondo.

—Despertará Clarke, solo hay que esperar—dice mi madre intentando que me sienta mejor.

—Sé que clase de golpe se ha llevado mamá, es muy posible que cuando despierte no recuerde nada— dije a la misma vez que sentía mis ojos humedecerse.

—Si ese es el caso entonces haremos que recuerde.

Pasaron como dos horas hasta que por fin conseguí que se fueran a regañadientes, Octavia y Raven vendrían más tarde a verme ya que en la noche no estaba en condiciones de recibir visitas.

Así pasó el tiempo, concretamente un mes y me dieron el alta. Lexa seguía igual y yo cada día me rompía un poco más, porque es que verla así hacía que mi estómago se encogiera y que mi corazón se estrujara.

Iba a visitarla todos los días aunque solo fuera una hora. Tenía que seguir con mi vida y esa era la parte más jodida, yo no quería seguir mi vida sin Lexa. Tuve que seguir con mis estudios ya que estaba cada vez más cerca de hacer las prácticas y los últimos años eran muy importantes. Todo era rutina; despertar, desayunar, ir a la universidad, comer, estudiar, ir a ver a Lexa y volver a dormir. Así fueron unos tres meses más hasta que recibí una llamada y mi corazón amenazó con salirse de mi pecho.


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