Capítulo 07.

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Fragmento por fragmento. Wei Ying.

Luego de pactar aquel acuerdo con aquellos seres, una luz blanca cegó mis ojos. Recuerdo despertar por el frío; la luz de la luna golpeaba mi desnudo cuerpo. Aquellas líneas negras que antes habían aparecido ahora eran mucho más prominentes, llegando casi al mentón. Recuerdo levantarme del frío suelo y quedarme estático al ver que me encontraba en casa. O vaya que era agradable decir aquellas palabras.

Me encaminé dentro del templo, tiré de una de las finas sedas que adornaban el lugar. No sé realmente cuánto tiempo había pasado, no sé cuántos años me fui. El lugar era el mismo, pero algo en él estaba diferente a la última vez que estuve allí. Cubrí mi cuerpo con la fina seda traslúcida y recorrí lentamente el lugar. 

Si fuera el travieso y despistado dios de antes, no habría notado la diferencia. El lugar estaba casi igual a la última vez que estuve aquí. La única diferencia era la soledad y la tristeza que inundaban el ambiente, como si desde hace muchos siglos estuviese deshabitado. Pero un aura de nostalgia y dolor cargaba el lugar, y la limpieza del templo daba a entender que aún alguien se encargaba de él, sobre todo por lo reluciente que estaba mi propia estatua. Un ápice de melancolía se instaló en mi pecho. Mi corazón se contrajo, y mi mente se inundó con recuerdos. «Han pasado tantos años y aún enciende un incienso a un dios inexistente», sonreí con la ternura que desbordaba mi corazón. 

Algo en mí quería creer que él se fue, que A-Yun y A-Yuan lo motivaron a vivir libremente. Pero la realidad me golpeó con un balde de agua fría cuando llegué donde antes yacía mi féretro.

Allí estaba, arrodillado, encendiendo un incienso y dejando dos peonías rojas a los pies de mi estatuilla. Limpió el polvo puliendo el bronce de la misma, se levantó lentamente y giró quedando perplejo. No sé en qué momento lágrimas caían por mis mejillas. Recé mucho para que aquel hombre frente a mí se hubiese ido, hubiese seguido su vida. Porque aunque no sabía cuánto tiempo había pasado, algo en mí decía que fueron demasiados años.

Aquel hombre me miró con la misma ternura que me dictaba los primeros días, con el mismo amor. Mi corazón se oprimió, y para cuando quise notarlo, ya estaba estampado en sus brazos, envolviéndome fuertemente. Respiré su aroma inundando de sándalos mis pulmones, lo apreté tan fuerte como mis escuetos brazos me lo permitieron y solté de adentro toda la tristeza y el lamento. No sé cuánto pasamos así, entre caricias, llantos y besos. Ninguno dijo una sola palabra. Luego de tanto tiempo y de tantas despedidas, no hacían falta. Él estaba aquí, y yo estaba con él. Era lo único que importaba en este momento.

Aquella noche no hubo preguntas. Lan Wangji se dedicó a resguardarme entre sus brazos, como si fuera un sueño, una ilusión que desaparecería con la luz del sol. Incluso minutos antes del amanecer, sentí su cuerpo temblar, su voz quebrada titubeó mi nombre, junto con tres palabras, —A-Ying, no te vayas—. Sonreí y acaricié sus mejillas colocando su largo y negro cabello detrás de su oído, —A-Ying no se va a ningún lado Lan Zhan—. Él posó su frente en la mía y respiró con lentitud antes de hablar, como buscando muy bien las palabras y aun así con miedo a escuchar, —Mi A-Ying, ¿esta vez, no me dejarás?—. 

Mantuvo sus ojos cerrados; un pequeño temblor se notaba en sus labios, y mi corazón se estrujó en tristeza, —No quiero irme, Lan Zhan, pero si no logro encontrar mi alma, nos condenaré a los dos a la desgracia—. Mis lágrimas corrieron cuáles torrenciales al darme cuenta del peso de mis palabras. El terror era asfixiante, y cerré fuertemente los ojos esperando la reprimenda. —¿Tu alma?—. Posó sus manos en mi cara acunándola, y con sus pulgares, limpió suavemente mis lágrimas, —A-Ying, dime qué pasa—. Lo miré abriendo lentamente los ojos, con la vista casi por completo nublada, y susurré una hilera torpe de palabras, —Lan Zhan, hice las cosas muy mal, muy mal, pero quería volver y moría de tristeza en aquel lugar—. Su cara de preocupación me angustió mucho más. Era casi imposible respirar, pero él con total ternura en sus brazos me acogió, acarició mi espalda y dulces palabras a mi oído susurró. Cuando estuve más calmado, volvió a preguntar, —A-Ying, nada de lo que hayas hecho va a cambiar mi afecto por ti, pero necesito saber para ayudarte—. 

Las lágrimas del príncipe (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora