Introducción

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—Cuenta la leyenda que en lo alto del monte, donde yacen las ruinas de lo que fue una gran dinastía, aún se encuentra el alma del príncipe coronado. Son muchas las leyendas, mitos y profecías que hablan de esa pobre alma desdichada. Nadie sabe cuál es la verdad tras esos relatos, pero una cosa sí es clara: en cada relato coincide que aquel príncipe coronado lloró lágrimas de sangre por su amado —dijo una anciana de cabellos platinados con finas líneas que adornaban su piel, exponiendo su edad, mientras acariciaba suavemente las hebras del cabello de su nieto.

—Abuela, ¿quién es el amado del príncipe coronado? ¿Qué les pasó? —preguntó el niño, sentado en el suelo, mientras reposaba su cabeza entre las piernas de su abuela y escuchaba ese repetitivo cuento sobre aquel príncipe coronado.

—Esa, mi querido niño, es una historia muy trágica —respondió aquella anciana, perdiendo su mirada en lo alto de las montañas—. Cuentan las historias que aquel príncipe era el orgullo del reino. El emperador lo amaba por encima de todo, su único hijo varón, y lo llenaba de orgullo cada día. Dicen por ahí que no existía nadie mejor para ser el futuro monarca, y lo hizo notar desde muy temprana edad. Así que, al cumplir sus 14 primaveras, el emperador lo convirtió en el príncipe coronado sin pensarlo. Todo iba bien en el reino. Eran una nación fuerte, próspera y con unos emperadores amados, pero nada dura para siempre.

Se dice que cuando el príncipe cumplió los 16 años, recibió un regalo de un Dios. Un Dios que desde hacía muchos años se había enamorado de aquel príncipe. Las historias dicen que aquel Dios bajaba cada día del cielo cuando el joven príncipe cumplió sus 16 años. Con el paso de los días, los sentimientos de aquel Dios fueron correspondidos. Nadie se negó a ello, todo el reino estaba honrado de saber que un Dios los bendecía, y sobre todo, que su grandioso príncipe coronado era el fruto de ese amor divino.

Sin embargo, fueron las malas lenguas que envenenan el alma y la codicia del hombre, lo que llevó a la desgracia a esas dos almas y a toda una nación. Fue en el cumpleaños número 18 del príncipe coronado, a un año de su coronación como rey, que las tropas del reino vecino se alzaron en medio de la noche, sin aviso y sin clemencia. Arrasaron con cada vida que encontraron a su paso. El príncipe luchó, luchó y luchó por su gente, manchando sus blancas manos de sangre mientras peleaba diligentemente contra sus enemigos.

Pero aquellos hombres conocían su debilidad. Todo estaba meticulosamente planeado. El general de tropa embistió en la torreta más alta, justo donde yacía el joven dios. Fue una lucha injusta, como era de esperar. Aquel guerrero humano jamás podría vencer a un dios, o al menos eso pensó el príncipe al verlo subir, confiando en que nada le sucedería a su amado.

No intentó seguirlo hasta que el cielo se tornó rojo, un sombrío presagio que resonó en todo el reino, estremeciendo hasta el corazón más cruel. El príncipe corrió escalón tras escalón sin descanso, abriendo la puerta de un solo golpe. "¡Pah!" resonó al derribarla, y quedó petrificado. En aquel suelo frío yacía el cuerpo de un ser celestial, la vida del príncipe desvanecida, con una daga clavada en su pecho y finas cadenas de luz envolviendo su delicado cuerpo.

Habían utilizado magia para poner fin a la vida de aquel ser celestial. El príncipe se abalanzó sobre el general en cuanto logró reaccionar, luchó sin control aquella noche y destruyó completamente al hombre. Pero todo era inútil. El cuerpo de su amado yacía inerte en el frío suelo. Caminó lentamente con pies cansados, tomándolo entre sus brazos y acunándolo cerca de su corazón con fuerza.

Se dice que, después de aquel día, el príncipe nunca volvió a ser visto. Muchos cuentan que durante años se escuchó su llanto en las mazmorras, que sus lamentos helaban el alma y rompían el corazón incluso del ser más frío. El príncipe coronado perdió la vida el mismo día que su amado, aunque su cuerpo siguiera en pie. Así concluye la trágica vida de esas dos almas enamoradas. —dijo la anciana, secando una lágrima que resbalaba por su mejilla. Acarició las mejillas de su nieto y lo abrazó, protegiendo su sueño mientras dirigía una mirada nostálgica hacia la gran montaña que una vez fue la nación más grande, despidiéndose en silencio.

Las lágrimas del príncipe (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora