Capítulo 02.

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Derritiendo un corazón de hielo.

  Diez días habían pasado, diez días desde que el príncipe coronado había cumplido sus 16 años y, al mismo tiempo, diez días desde que el hermoso dios Wei descendió de los cielos para pasar sus tardes con el príncipe. No pasó mucho tiempo antes de que el rumor se extendiera por toda la nación el mismo día del cumpleaños del príncipe Lan, de que un joven dios había descendido. ¿Cómo negar su estadía? Volvía día tras día, apegándose al príncipe como si de eso dependiera su vida. El joven dios Wei era todo lo contrario al príncipe Lan: extrovertido, alegre y parlanchín, un joven lleno de vigor que convertía cada día del tranquilo príncipe en una enorme travesía. Pero, ¿quién iba a pensar que el príncipe Lan se enamoraría de él? Ya anhelaba las tardes con aquel hermoso ser, las semanas pasaron y se convirtieron en meses, hasta que el príncipe Lan se dio cuenta de que su corazón de hielo se había derretido por completo, atrapado e hipnotizado por aquel ser celestial.

Cuando el tiempo pasó y solo quedó una evidente verdad, el príncipe Lan no pudo más que aceptar la realidad y en su cumpleaños número 17, le pidió matrimonio al carismático dios. Nadie en la nación de Xhiang se opuso a esta unión, ni siquiera en los 7 reinos celestiales. El amor que transmitían con cada mirada era evidencia suficiente para saber que nunca podrían ser separados. Aunque el señor celestial sabía lo enamorado que estaba su hijo, no podía negarle el amor a su propio dios. Fueron semanas de fiestas sin reparo que anunciaron felizmente aquel compromiso, sellando en un fino lienzo la unión de la tierra y el cielo. Así, la nación de Xhiang fue bendecida incluso por el dios más inhóspito de los 7 reinos, y cada ser del mundo celestial le rindió sus respetos. Xhiang gozó de una abundante paz, prosperidad económica y expandió sus horizontes hasta los lugares más lejanos. Sin embargo, su enemigo de toda la vida no pudo aceptar los hechos; la envidia y la codicia lo llevaron a planear meticulosamente la caída del imperio Xhiang. Cuando llegó a sus oídos que la prosperidad de la nación se debía al joven dios, la sangre del emperador hirvió, pero finalmente encontró lo que sería su pase a la gloria. Durante todo un año planeó mientras el príncipe Lan se acercaba a cumplir sus 18 años y recibir la corona que su cansado padre orgullosamente le ofreció.

El sol se colaba por la ventana como cada mañana, avisando un nuevo día. El príncipe Lan, como de costumbre, se dirigió al templo para encender incienso a cada dios, especialmente al que era dueño de su corazón. No pasó mucho tiempo antes de que el cielo se iluminara, señalando la llegada de aquel ser celestial. Suaves pasos resonaron por los pasillos del silencioso palacio mientras una risa traviesa y unos ojos grisáceos se acercaban. Extendiendo sus brazos, el dios se plantó frente a él con una sonrisa radiante. El príncipe Lan siempre se debilitaba ante tal acto. La calidez del tacto que aquel dios le ofrecía llenaba su alma, y verlo sonreír era un placer divino reservado solo para él. Desde que el sol salía hasta que se ponía, disfrutaba de ese deleite cada día.

—¡Wangji, Wangji!, ¿me estás escuchando? —dijo el joven dios, puchero en los labios, protestando ante su prometido al darse cuenta de que se había quedado dormido—. Mm, lo siento Wei Ying, tus piernas son cómodas y tu mano es cálida, no pude evitarlo —se disculpó el príncipe Lan, regalándole una cálida sonrisa. Porque, al fin y al cabo, cada palabra era cierta. No había lugar más reconfortante para él que los brazos de su amado. Si pudiera quedarse así el resto de su vida, no pediría nada más y se consideraría satisfecho. En su timidez, el joven dios se sonrojó como nunca antes. Desde que el príncipe Lan le abrió su corazón, no había secretos ni barreras entre ellos. Tanto es así que el príncipe Lan solía robarle besos fugaces cuando estaba distraído, haciendo que su corazón se agitara de manera incontrolable. A veces, se criticaba mentalmente diciendo: "Estoy demasiado vulnerable a emociones tan intensas", mientras apretaba su pecho con fuerza, rezando para que el príncipe no se diera cuenta y se aprovechara de ello. No es que no amara esos besos, al contrario, sentía tanto amor que más de una vez sintió que moriría con cada suave roce en sus labios. Para un dios que había vivido miles de años, esta era la primera vez que su corazón se estremecía. Su primer y último amor, porque solo a aquel príncipe coronado le entregó su corazón. Wei Ying sonrió cálidamente, cerrando sus ojos y dejando que sus perlas blancas se mostraran, pareciendo un tierno conejito de porcelana.

Las lágrimas del príncipe (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora