Capítulo 3

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     —Oye, ¿Estás?— Era la rica. Chasqueaba los dedos en mi oído comprobando si aún estaba con ella.
     —Hasta hace poco dirigía una rebelión, el juego era más colorido, te lo juro— le comenté.
     Diagonalmente como me permitía el juego, comencé a explorar el lugar. La luminosidad era muy tenue, pero lograba observar tres palancas, y una gran puerta en uno de los extremos. Las palancas ascendían en tamaño: una era más grande, una era mediana y la otra pequeña. El ambiente me hacía acordar de lo acontecido anoche, me desconcentraba del «puzzle» que tenía delante. Empezaba a retemblar, pero pude controlarme, convenciéndome que escapar fue lo mejor que pude hacer.
     —¿Sabes? Hace como un año mi padre desapareció. Mi madre cree que se escapó con otra mujer, agarró todo recuerdo que teníamos de él y lo destruyó.
     —Pensé que tu madre estaba muerta— dijo Ariel, el primer personaje con quien conversé al empezar el juego.
     Nos encontrábamos explorando Vindemia, llegando a Palo. Había estado mejorando mis estadísticas con él, matando soldados que se lanzaban contra nosotros. El sistema de lucha consistía como el mugen que anteriormente comenté, solo que los daños y secuelas de los combates me incomodaban por los detalles. Cada NPC, buenos como malos, estaban tan bien pulidos que podías percibir de ellos una personalidad tan propia, que hacía sentir que cuando morían, no te los volverías jamás a encontrar. Sentías pena por quienes morían, pero Ariel me convencía con que era la misión del juego. En un inicio, comenzaba a creer que mi padre elaboró este juego con el fin de que si alguien lo jugaba, le tenía que encontrar. Hasta entonces, no tenía ninguna idea de cómo seguir con la historia más que proteger a los atacados. El juego me brindaba un escape de lo que era mi realidad.
     —Nunca te pregunté de dónde eres— decía Ariel, mi mejor amigo.
     —Sonará extraño, pero no soy de tu mundo— confesé.
     —Ya sé eso.
     —No, no me comprendes. Me encuentro jugando un juego donde eres un personaje, y el personaje que utilizo, Asiel, no es real. Mi nombre real es «Leisa».
     —No puedes tener el mismo nombre que alguien, es absurdo.
     —No juego. Mi padre, quien te creó, bautizó a la marimacha, que es la asistente del juego, con mi nombre.
     —Entonces, dices que eres el mesías de aquí.
     —Algo así.
     —¿Y cómo es tu mundo?
     —Es parecido a este, solo que con más dimensiones.
     Le conté mi situación familiar y social. Pareció comprenderme, aunque los temas que les contaba pudiesen no ser normales para este mundo. Nunca me había parado a pensar en el miedo que debía generarme interactuar con los personajes; pero el paisaje, la libertad y las interacciones me hacían sentir querer pertenecerles. Desde que había desaparecido mi padre, mis relaciones con los demás habían cambiado. Él solía compartir más conmigo en los momentos en que mi madre estaba fuera. Ahora que desapareció, advertía la soledad que comenzaba a sentir. Haber obtenido esta consola, significaba para mí una nueva oportunidad de conocerlo más.

La Leisa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora