Capítulo 15. El heredero de Slytherin

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Nos hallábamos en el extremo de una sala muy grande, apenas iluminada. Altísimas columnas de piedra talladas con serpientes enlazadas se elevaban para sostener un techo que se perdía en la oscuridad, proyectando largas sombras sobre la extraña penumbra verdosa que reinaba en la estancia. Definitivamente aquella sala era la Cámara de los Secretos.

Con el corazón latiéndome muy rápido, escuché aquel silencio de ultratumba. ¿Estaría el basilisco acechando en algún rincón oscuro, detrás de una columna? ¿Dónde estaría Ginny?

Harry y yo sacamos nuestras varitas y avanzamos por entre las columnas decoradas con serpientes. Nuestros pasos resonaban en los muros sombríos. Iba con los ojos entornados, dispuesta a cerrarlos al menor indicio de movimiento. Me parecía que las serpientes de piedra me vigilaban desde las cuencas vacías de sus ojos. Más de una vez, el corazón me dio un vuelco al creer que alguna se movía.

Al llegar al último par de columnas, vi una estatua, tan alta como la misma cámara, que surgía imponente, adosada al muro del fondo.

Tuve que echar atrás la cabeza para poder ver el rostro gigantesco que la coronaba. Era un rostro antiguo y simiesco, con una barba larga y fina que le llevaba casi hasta el final de la amplia túnica de mago, donde unos enormes pies de color gris se asentaban sobre el liso suelo. Y entre los pies, boca abajo, vi una pequeña figura con túnica negra y el cabello de un rojo encendido.

—¡Ginny!—susurré, corriendo hacia ella y agachándome—. ¡Ginny! ¡No estás muerta! ¡Por favor, no estés muerta!

Harry se acercó también tirando su varita al suelo, pero yo seguía con la mía.

La agarré por los hombros y le di la vuelta. Tenía la cara tan blanca y fría como el mármol, aunque los ojos estaban cerrados, así que no estaba petrificada. Pero entonces tenía que estar...

—Ginny, por favor, despierta—susurró Harry sin esperanza, agitándola.

La cabeza de Ginny se movió, inanimada, de un lado a otro.

—No despertará—dijo una voz suave.

Me enderecé de un salto.

Un muchacho alto, de pelo negro, estaba apoyado contra la columna más cercana, mirándonos. Tenía los contornos borrosos, como si lo estuviera mirando a través de un cristal empañado. Pero no había duda sobre quién era.

—Tom... ¿Tom Ryddle?—preguntó Harry.

Ryddle asintió con la cabeza, sin apartar los ojos de nuestros rostros.

—¿Qué quieres decir? ¿Por qué no despertará? ¿Ella no está... no está...?—dijo Harry desesperado.

Lo miré detenidamente. Tom Ryddle, ese nombre no me dio buena impresión desde el primer momento. Cuando lo veías mirabas la oscuridad. Sus ojos grises brillaban malignamente incluso más que los de Malfoy.

Había estudiado en Hogwarts hace cincuenta años, y sin embargo se veía como un chico de dieciséis años, ni un día más.

—¿Eres un fantasma?—preguntó Harry dubitativo.

—Soy un recuerdo guardado en un diario durante cincuenta años—respondió Ryddle tranquilamente.

Ryddle señaló hacia los gigantescos dedos de los pies de la estatua. Allí se encontraba, abierto, el pequeño diario negro que habíamos hallado en los aseos de Myrtle la Llorona. Me pregunté cómo había llegado hasta ahí, y recordé que lo habían robado.

—Tienes que ayudarme, Tom. Tenemos que sacarla de aquí. Hay un basilisco... No sé dónde está, pero podría llegar en cualquier momento. Por favor, ayúdanos...—dijo Harry levantando de nuevo la cabeza de Ginny.

La Chica Muggle //2// (Draco Malfoy y Tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora