Como Si Nada - Hamilton/Lams (OneShots)

ɴᴏᴄʜᴇ (ʟᴀᴍꜱ)

La noche que se conocieron, había luna llena. La noche era estrellada, calmada y nada apuntaba a que hubiera un destino a punto de cambiar. Y aun así, Alexander nunca podrá olvidar esa noche. Porque a pesar de la tranquilidad que se respiraba, le generaba una inquietud insoportable. Un aire que se te atrapa los pulmones y no te deja respirar.

Luego entendió que no era la noche, era Laurens.

La noche en que se conocieron, había luna llena.
La noche en la que se perdieron, también.

Quizá fue por eso que llevó la mirada al suelo y las manos a la espalda. Porque la luna llena no era un signo que él interpretara de una forma romántica o agradable como era el día que conoció al hombre que le cambiaría la vida. Era más bien un signo de atención. La mirada de alguien que los observaba. Que los juzgaba desde una distancia demasiado grande como para ser ignorada. Un signo de que no eran dos, sino tres. O tantas almas como estrellas en el cielo.

A Alexander le sorprendía sentirse tan ahogado en una calma como aquella. Le sorprendía tomárselo como un ataque personal cuando no lo era. No comprendía como alguien como él, tan impulsivo, tan directo y tan espabilado y astuto. Alguien tan auténtico y transparente, que aparentemente no sentía ningún miedo salvo el miedo al olvido, podía aterrorizarse ante una imagen que la mayoría ignoraban, y otros de alma pura, admiraban.

Laurens era de esos. No tenía el alma pura, Alexander lo sabía. Pero tenía una conexión con esa imagen. Sus ojos aspiraban esa noche y se la quedaban.

Por eso, a veces los ojos de John también le daban miedo. Más que miedo, era un respeto tintado de incertidumbre. Eran tan majestuosos y misteriosos que sentía que se perdería en ellos. Porque le podía más la curiosidad que el miedo.

Y cada vez que lo miraba se le caía el mundo a los pies.

—¿Alexander?

La voz de John rompió esos pensamientos, y le recordó a Alexander que tenía que dejar de soñar despierto de esa forma. Observó cómo se sentó debajo de un tronco, como tantas otras veces, que ya no era capaz de enumerarlas todas a pesar de que todas permanecían en algún rincón de su memoria. A pesar de que era de noche, y ninguna sombra podía reconfortarlo. La noche en sí era una sombra enorme. Un manto de estrellas.

—¿Sí? —respondió con otra pregunta, sentándose a su lado, sin perder de vista el cielo nocturno.
—¿No es maravilloso?
—¿El qué? —preguntó, porque dudaba que concidieran en lo más maravilloso de esa vista.
—El cielo, la noche. ¿Qué iba a ser si no?

Alexander se encogió de hombros. No hace falta explicar lo que sentía Alexander con aquella luna llena, pues ya se hizo anteriormente. Nuevamente llevó la cabeza al suelo, como haciendo una reverencia ante esa imagen.

—No me gusta la noche.
—¿Por qué?

Mintió. Sí le gustaba la noche. Demasiado, por eso le asustaba. Y prefería pensar que no le gustaba. Pero sólo era una mentira para reconfortarse. Para pensar que no tenía nada que perder.

A John le parecía imposible que alguien no le gustase aquella vista tranquila y acogedora, que permitía parar el mundo durante unas horas. La noche era como una máquina del tiempo que le daba un respiro al mundo.

—Porque no la comprendo. No puedo tener todo bajo control cuando es de noche. Es un mundo donde no tengo poder.
—¿No la comprendes?
—No.
—¿No te gusta aquello que no comprendes?
—Al contrario Laurens, me gusta demasiado.

No es que no le gustara la noche, es que no le gustaba sentirse intimidado.

Alexander se acababa de montar su propia paradoja en un par de minutos. John no lo entendió, pero no se preocupó en preguntar. Porque no era como Alexander, que necesitaba saberlo todo para poder dormir tranquilo. John dejaba que las cosas pasasen y trataba de adaptarse a ellas. Y el pelirrojo se negaba a pensar que su objetivo en el mundo era adaptarse a unas reglas impuestas.