XXXII

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No soy de dejar notas al principio de los capítulos, pero en este me parece necesario. Los temas son algo delicados, a pesar de que están abordados desde la perspectiva medio inocente de un preadolescente, basándome en experiencias personales o cercanas. 


Thomas había estado demasiado callado desde que se despertó, lo cual le costó el doble de lo habitual. Louis lo notó enseguida.

Sus camas estaban casi pegadas en la pequeña habitación, sólo las dividía una pequeña mesa de luz en la que reposaba una lámpara de lava y los envoltorios de golosinas que solían comer cada noche antes de dormir —su madre regañándolos porque tendrían que lavarse de nuevo los dientes—.

Era la hora de ir a la escuela y ya se oía el murmullo de las más pequeñas en el piso de abajo, como también el silbido del agua hirviendo dentro de la tetera y el aroma inconfundible y delicioso de los panqueques caseros que su mamá preparaba cada mañana para el desayuno. La claridad del día se colaba por entre las rendijas de la persiana baja hasta la mitad, los pájaros silbaban al igual que siempre.

—Tommy —llamó. Ya se las había arreglado para sentarse en la cama con los pies en el suelo, y miraba a su hermano quejarse desde debajo de las sábanas.

—No quiero.

—¡Tommy, Tommy, despierta! —insistió—. Es tarde para la escuela.

—Basta —su voz sonaba amortiguada por la almohada.

Louis frunció el ceño. Se levantó por completo y, una vez vestido con un atuendo corriente para ir a clases, trotó escaleras abajo. Sus tres hermanas ya estaban desayunando, concentradas en la televisión donde transmitían Tom y Jerry como todos los días.

Buscó a su madre en la cocina. Ella charlaba con su papá, parados junto a la hornalla donde se cocían los últimos panqueques.

—¿Ma?

Judith se volteó y le regaló a su hijo una sonrisa encantadora, lo cual era típico en ella. Soltó la espátula que sostenía con una mano luego de apagar el fuego y se acercó a él para besar su frente.

—Buenos días, mi amor.

En ese momento, Norman, su padre, miró su reloj y supo que era hora de marcharse al trabajo. Le revolvió el cabello y saludó a su esposa con un corto beso en la mejilla antes de salir de la cocina.

—Tommy está enfermo. Creo. No quiere levantarse.

—Ya iré yo a buscarlo —respondió—. De seguro quiere faltar a un exámen.

Louis escuchó los pasos de Judith hasta que se perdieron en el piso de arriba.

Su estómago rugió con avidez cuando buscó su plato en la mesada. A sus catorce años, todavía era demasiado bajito para alcanzar la alacena en donde su mamá guardaba —a propósito— la miel de maple con la que adoraba bañar a sus panqueques, así que utilizó una silla para llegar.

Masticando el primer bocado, enfocó la vista en la televisión. Las niñas no le prestaban tanta atención como a Charlotte, a sabiendas de que él era un poco cerrado por las mañanas. Thomas no lo era.

"Gemelos idénticos". Ese título no les quedaba; jamás lo usaban para referirse al otro. Lo único similar en todos esos años había sido la parte física, la cual su hermano estaba mejorando poco a poco. Thomas era un deportista desde pequeño. Era el orgullo de su padre, quien se levantaba temprano todos los domingos religiosamente para llevarlo a cada partido de fútbol, o lo recogía de los entrenamientos al volver del trabajo.

Vitalidad » lsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora