XXIII

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Harry avanzó con el coche un poco dentro del bosque para que nadie notase que Louis volvía con un desconocido, y para evitar problemas con su madre y con el pueblo en general.

—Adiós —dijo, sonriente. Harry le apretó el muslo desnudo y lo besó con ternura.

—Adiós, Lou —Su voz era grave y levemente tomada. Louis rio, besándolo otra vez—. No olvides que te quiero.

El menor se sonrojó.

—Yo igual te quiero —replicó, dejando de hacerle caso a la rara sensación que se instaló en su pecho.

Louis bajó del coche y caminó los pocos metros que lo separaban de su hogar, con pasos lentos para atrasar su llegada. Se sentía un poco culpable por pasar tan poco tiempo con sus hermanos y su madre, pero el mero hecho de encontrarse dentro de la sala de estar, envuelto en la colonia barata de George, le producía ganas de vomitar.

Se quitó los zapatos al entrar, con el peso del día cayendo en sus hombros. Estaba cansado por demás, incluso sus sienes comenzaban a palpitar.

Todas las niñas y Ernest se encontraban allí, a excepción de Emily, quien siempre estaba más cómoda en su habitación y no jugando con las demás. Louis besó las mejillas de Charlotte y Diana, acarició la cabeza de los más pequeños y luego se dirigió a la cocina para saludar a su madre, quién preparaba la cena. Judith lucía cansada y llevaba puesto, todavía, el uniforme del trabajo.

—¿Dónde has estado, Louis? —exigió saber, mientras revolvía la salsa humeante con una cuchara de madera.

—En la playa —Se encogió de hombros—. ¿Te ayudo?

No esperó a que su madre asintiera para poner la mesa. ¿Cómo sería cuando él ya no estuviese, el próximo año? Entrarían mejor en la mesa, sin dudas, aunque ya habían pasado por eso antes. La ausencia de Thomas seguía doliendo en momentos como ese, cuando debía recoger un plato menos que antes. Su madre le avisó que George no se quedaría a cenar, lo cual le pareció un alivio. Podrían conversar tonterías sin sentido con Charlotte, sin que el hombre les lanzara una mirada desaprobaron y Judith les pidiese que pararan.

El hecho de estar con Harry había provocado que dejara pasar por alto algunas cuestiones que se daban de manera diaria en su propia casa. Él, al menos, tenía un lugar a donde correr cuando no se sentía cómodo allí; sus hermanas no.

—Estuve con Annette hoy, y me ha dicho que te nota un poco extraño, hijo —Judith alzó la voz—. Yo también lo hago. Nunca estás en casa.

¿Annette? Esa anciana tendría que dejar de meterse en los asuntos de los demás. Además, ¿Cuándo, en todo el verano, había visto a Annette?

—Es verano —se excusó, restándole importancia al alzar los hombros—, duermo en casa de Niall, ya te lo he dicho.

Quizás sí hubiese sido una buena idea el presentarle a Harry a su familia.

—Sí, pero...

—Además —continuó, encontrándose un poco enfadado de repente—, no he visto a Annette en todo el verano. La cruzo en la esquina del café de Mike cuando voy por malteadas, solo eso. ¿Cómo puede estar tan pendiente de mi comportamiento?

El rugido del motor del viejo coche de George interrumpió la conversación. Louis se permitió suspirar, su cabeza dolía demasiado y no había notado que estaba conteniendo tanta tensión. Se metió un pedazo de pan a la boca y Judith entendió que era el final de su charla. El niño era mayor de edad, después de todo, no podía exigirle las mismas cosas que les exigía a sus hermanas menores.

—¡Qué grosero, mamá! Ni siquiera se despidió de ti —dijo Charlotte, parada en el umbral de la puerta.

Louis levantó las cejas y mojó el trozo de pan que le quedaba en la salsa.

Vitalidad » lsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora