En la parte de atrás de un lujoso auto se encontraba sentado Stephen. Vestía un elegante traje negro de terciopelo y una camisa de olanes blanca de la cual sus mangas sobresalían del fino saco y acomodaba constantemente con elegancia. Verificó que el esmalte escarlata de sus uñas siguiera intacto. Sacó su celular para checar la hora, 9:20 pm, aún le quedaba el tiempo suficiente para llegar al teatro donde iba a ser su presentación. -¿Puedes apurarte?, ¡Joder, que llegaré tarde!-, el conductor echó una mirada un tanto molesta hacia el retrovisor que daba a Stephen pero no pudo verlo y con algo de frustración aceleró. Al llegar, la entrada del teatro estaba repleta de personas que esperaban entrar. Mientras Stephen bajaba de aquel lujoso auto se escabulló de todas esas personas para no ser reconocido. Entró por la puerta trasera. La orquesta lo estaba esperando, pues él sería el violín principal. -Llegas justo a tiempo Stephen.- comentó el director, -Guárdate tus comentarios para después y haz lo que sabes hacer, Alfred-. Todos tomaron sus lugares detrás de ese pesado telón que se abrió dejando a su vista una oscuridad casi absoluta pero en la que sabían que estaban los asistentes. Se hizo un homenaje a Vivaldi. Los dedos de Stephen parecían tocar por sí solos resaltando con ese rojo de sus uñas. El público estaba atónito con él y su excelente interpretación. Visto desde sus ojos, Stephen parecía algo hipnotizante y deleitante, pues tanto él como los presentes podían sentir la música correr por sus venas. La blanca y pálida piel de Stephen parecía brillar con la débil luz del escenario, resaltando así su rubia y larga cabellera. Muchos de los asistentes solo iba a contemplar su belleza pero algunos otros realmente iban a verlo porque habían escuchado que sus interpretaciones eran "de otro mundo". En el aire se podía respirar el deseo que Stephen al tocar ese violín provocaba en los asistentes y, cuando todo fue tan hipnótico y trascendental, el personal del teatro comenzó a cerrar todas las salidas, incluso las de emergencia. En un momento dejaron de sonar los segundos violines, después dejaron de escucharse las violas y los cellos hasta que Stephen se encontró tocando solo. Los músicos comenzaron a bajar del escenario para acercarse al público, el cual, seguía en el trance que Stephen les había ocasionado. En un abrir y cerrar de ojos montones de cortinas comenzaron a caer al piso, descubriendo los enormes espejos que se encontraban en las paredes del teatro, dejando ver el reflejo de todos los asistentes excepto el de los músicos y en ese momento comenzaron a atacar al público. Había sangre por todos lados, incluso los relucientes espejos se habían manchado con ella. La gente comenzó a salir del trance por el dolor que esto les ocasionaba y empezaron a gritar de horror al darse cuenta que los músicos estaban chupando la sangre de sus acompañantes y de todos en general. Quisieron salir, pero todas las puertas estaban cerradas, solo podían ver con gran terror el reflejo de tan bárbara masacre. Con el olor a sangre, sudor y desesperación, Stephen entró en un éxtasis irreal, lo cual hacía que tocara con mucho más placer su pieza favorita, La Stravaganza, mientras sus compañeros se divertían. Stephen no dejó de tocar hasta que el último grito calló en un intento desesperado por escapar. Cuando esto sucedió, miro a su alrededor, habían al muchísimos cuerpos sin vida. Bajó del escenario con cuidado de no ensuciar sus lustrosos zapatos. Sus compañeros lucían satisfechos, deleitados. Se dirigió hacia Alfred, el cual se encontraba sentado en una butaca a lo lejos. Subió las escaleras tratando de no pisar los cuerpos que se encontraban estorbando su camino, llegó hasta donde se encontraba Alfred y se sentó a su lado.
-Fue una buena noche, ¿no es así?- Preguntó Stephen
-¡Claro!, me recordó un poco a las noches del Romanticismo, ¡Que época tan maravillosa!
-Amaba las obras de Beethoven, no debiste matarlo
-Era un maldito sordo que sabía demasiado. Eso fue hace casi 400 años Stephen, supéralo
-Solo fue un comentario, Alfred. ¿Guardaron algo para mí?
- Así es Stephen, sabes que siempre guardamos lo mejor para tí. Ven, acompáñame.
Se dirigieron hacia el camerino principal en el que se encontraba una familia atada de pies y manos.
-Alfred, cuando dijiste que guardaron lo mejor para mí, jamás me imaginé que habían secuestrado al presidente y su familia.
-Toda tuya Stephen y felicidades, fue una excelente presentación.- Alfred salió del camerino mientras cerraba la muerta detrás de él. Stephen no lo pensó dos veces y comenzó a devorarlos. La sangre aristócrata era su favorita, tenía un toque gourmet inexplicable que le fascinaba.
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Inspiraciones
RandomLa única manera en la que encontré la paz en mi cabeza fue escribiendo.