PROPUESTA INDECENTE

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El saxofón de fondo, lento y preciso, daba el ambiente perfecto para aquel ostentoso lugar. El oro relucía en cada objeto de la sala, cada detalle, cada pequeño diamante, todo resplandecía con belleza. La noche fría esperaba afuera, el viento se colaba intruso por lo grandes y costosos ventanales dorados, las estrellas eran opacadas por el resplandor de las joyas que hombres y mujeres vestían con confianza. Las arañas de techo, hechas de cristal, con sus pequeños diamantes cayendo como gotas, y la iluminación perfecta para aquel rimbombante ambiente.

Todo en ese salón gritaba poder y lujos, dinero y conexiones. La alta sociedad dominaba esa noche, y ninguno de los invitados estaba dispuesto a perdérsela. La gente más poderosa y rica del país se encontraba reunida en ese gran salón, uno de los tantos de la mansión Tetsurou, uno de los más grandes, reconocidos y multimillonarios gobernantes del país.

Y padre de Kuroo Tetsurou.

Daba fiestas sin motivo alguno, sin tema de celebración ni excusa, él podía y quería hacerlo, y nadie podría detenerlo, era su placer culposo y Kuroo lo detestaba.

No encontraba nada placentero en aquellas fiestas tan arrogantes y falsas, pero estaba obligado a asistir a cada una de ellas. Debían dar la imagen perfecta de una familia unida y feliz, debían sonreír para las cámaras mientras detrás del telón estrechaban manos con las personas equivocadas. Así era su mundo, poder, manipulación, mentiras y sobornos.

El dinero era la solución para todo.

Pero nada era como se mostraba en realidad. A decir verdad padre e hijo tenían una pésima relación, pocas veces se dirigían la palabra y cuando su padre tenía la oportunidad descargaba su furia contenida en su hijo, y los moretones en el cuerpo de Kuroo eran testigo de ello. Y cuando el pelinegro podía aprovechaba el momento perfecto para hacerle la vida imposible a su abusador padre.

Y esta noche no iba a ser la excepción.

El pelinegro se encontraba recostado contra una columna que valía millones, con la mirada perdida, desentendido con lo que sucedía a su alrededor. Con un suave movimiento movió su fino y precioso vaso de cristal, haciendo girar el líquido oro pálido que estaba bebiendo. El champagne no era su bebida alcohólica favorita, muy delicada y solo para ocasiones especiales, prefería el vino blanco, pero como siempre debía aparentar, hasta en los más mínimos detalles.

La noche se alargaba y la gente seguía llegando, con sus costosos trajes y sus vestidos de diseñador, perlas, diamantes, joyas que valían millones, deslumbrantes anillos y collares que adornaban a cada persona de esa sala. El pelinegro había nacido entre riqueza, con una cuchara de oro en la boca, entre mayordomos y autos últimos modelo, pero aún así le parecía estúpido la cantidad de dinero que gastaba la gente para simular y sonreír fingidamente.

El ruido de las pesadas puertas dobles abriéndose lo sacó de sus pensamientos. Dirigió la mirada aburrido hacia la entrada principal, donde dos altos y elegantes hombres entraban entrelazados del brazo. Uno tenía una sonrisa que le cruzaba la cara de oreja a oreja y su pelo bicolor resaltaba entre tanta monocromía. Y del otro lado estaba aquel pelinegro que tanto le había llamado la atención a Kuroo, cabizbajo y serio, como si no quisiera estar ahí, como si hubiese sido obligado a ir. Y así era exactamente como Kuroo se sentía, y no dudó en hacerlo su presa de la noche.

Aquel chico cabizbajo tenía el pelo negro enrulado en ondas aritficiales, sus ojos de felino miraban con cautela y prudencia todo en aquella sala. Delgado y alto, su rostro era como el de un dios griego, con rasgos finos y simétricos, parecía una escultura. Kuroo detuvo la copa a mitad de camino, a punto de tomar, con el líquido en un vaivén indeciso, mirando boquiabierto a aquel dios griego que cruzaba el umbral. Vestía un costoso traje de algodón, negro de pies a cabeza, ni una pizca de color en su cuerpo y eso fue lo que lo terminó por capturar. Su corbata negra se perdía entre la oscuridad de su saco y su camisa, su pantalón oscuro resaltaba sus fibrosas piernas mientras se movía con fingida soltura, y su pálida piel hacían el contraste perfecto para resaltar sin quererlo. Lo hacía ver mucho más simple que el resto de la gente reunida ahí, con sus ostentosos y estrafalarios vestidos, queriendo sobresalir, buscando un poco de fama y tiempo ante las cámaras.

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