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—Ya me tengo que ir, fue divertido estar en tu casa Ban—el rubio ya estaba listo para irse, había recibido una llamada de su hermano diciendo que sus padres estaban en camino. Ellos no querrían llegar y ver que uno de sus hijos no esté, ya era tarde después de todo.

—Nos vemos mañana—los dos movieron la mano en forma de despedida.

El sonido de la puerta cerrandose retumbó por la, ahora, silenciosa casa, Ban se tomó unos minutos para seguir mirando el lugar en donde estaba el rubio minutos antes.

—Ahora a esperar a que vengan ellos..—susuro, por fin había dejado de observar aquel lugar.
Subió las escaleras y se fue directo a su habitación, se quedaría allí encerrado jugando videojuegos, como ya estaba acostumbrado.

Meliodas al salir de la vivienda de Ban se fue prácticamente corriendo a su casa. No quedaba muy lejos del lugar, cuando llegó, para su buena suerte, no estaban sus padres, todavía.

Se apresuró a ir a su cuarto, dejo su mochila en su cama y se cambió de vestimenta. Sospecharian si aún tuviera el uniforme del colegio o lo regañarian por seguir teniéndolo puesto. Al escuchar el sonido de la puerta principal abriéndose, salió de su habitación a recibir a sus padres, cuando bajaba la escaleras veía su hermano ya estaba con ellos. Los tres giraron a mirarlo bajar.

La mujer sonrió ante su aparición, se notaba mucho parecido entre ambos.

—Meliodas, justo te ibamos a llamar—el rubio se acercó más—vamos a salir a comer ¿Vienes?—pregunto dulcemente, esa mujer de verdad parecía un ángel.

Tan contraria a lo que transmitía su marido, el parecía tan intimidante y autoritario.

Meliodas no sabía qué hacer, por un lado quería ir y pasar tiempo en familia y por el otro quedarse en casa para hacer lo que se le antoje ya que estaría sola y sin supervisión.

—Si quiero ir, vamos—

Y así toda la familia se subió al auto, como solo eran 4 cabían perfectamente.

En el camino hablaban un poco.

—¿A donde vamos?—

—A un restaurante buenísimo, tu padre y yo siempre vamos allí. Les va a encantar—sonrio emocionada, estaba tan feliz porque estaba la familia completa.

. . . .

—Esa maestra es una abusiva, ¿Para que necesita tantas cosas?—miraba la hoja que le había proporcionado su amiga pelirroja.

—No se, pero tengo que darselas—suspiro, la pelirroja vio salir del baño a Arthur.

Se alarmó.

—Damela, ahí viene el—la albina le dio el papel y ella se lo guardo en uno de sus bolsillos.

Sabía muy bien que si Arthur supiese de la cantidad de cosas que pide esa maldita profesora le intentaría ayudar. Ella no quería que gastará su dinero sabiendo que podía hacerlo sola, no se lo perdonaría, no podía abusar del buen corazón de su amigo.

¿Estaba siendo orgullosa? Tal vez pero Arthur no debía enterarse.

El pelinaranja se acercó, sentándose con ellas. Elizabeth tenía la misma expresión indiferente pero Lizzy se veía nerviosa.

—¿Que estaban haciendo?—pregunto con curiosidad, ¿Algo malo, quizá?

Antes de que pudiera responder, la otra chica lo hizo.

—Nada que te importe—Arthur iba a insistir pero ella cambio el tema—¿Porque te demorabas en el baño?—

—Alguien estaba estreñido y no salía del baño—

Una leve risa salió de Liz.

—¿Y así entraste a ese baño?—pregunto entre risas.

—Nooo, ni loco, tuve que esperar a otro. Por eso me demoré—

—Ya veo..—

La puerta del local sonó, era una familia, dos morenos y ¿Meliodas?

Cuanta posibilidad había que tuviera que venir a este mismo lugar. ¿La acosaba o que?

La chica dejo de mirar cuando se sentaron a dos mesas de ellos. Arthur se dio cuenta que algo pasaba.

—¿Que pasa?—pregunto mirando a la dirección a la que, anteriormente, observaba ella.

Solo era una familia y ya.

—Oh, clientes—la muchacha se levantó—tendre que atenderlos, ahora vuelvo—sonrio antes de dejar la mesa.

La chica veía a lo lejos como ella los atendía, siempre con una sonrisa.

—Deberias dejar de andar de mirona—el tono burlón que utilizo solo molesto a la albina.

—No molestes y come—respondio volviendo la vista a su plato. Estaba casi por terminar, se decidió a hacerlo.

Lo que más le llamó la atención era la mujer que suponía era la madre del rubio, era como su versión de mujer y más alta.

Se fijó la hora en su celular, ya era hora de irse.

—Me voy—se paro y el chico la siguió como siempre, ella quería despedirse de su amiga pero ella seguía alli.

—Llamala que ya nos vamos—el lo hizo, rápidamente la muchacha estaba enfrente de ellos.

Al verlos al lado de la puerta sabía que se iban, el tiempo pasó volando.

—¿Vendrán más tarde?—pregunto con la esperanza de que le dijeran que si. A ella le gustaba mucho platicar con sus únicos amigos.

—Si podemos si, cuídate Liz—agito la mano y cruzó la puerta.

—Yo también me voy Liz, nos vemos luego—se despidió de la misma manera.

Ella suspiró y camino de regreso a la familia que atendía momentos antes.

Quizá sí el rubio hubiera quitado la vista de su teléfono habría visto a su compañera de clase.

Tal vez hubiera pasado otra cosa, quien sabe, ¿No?

. . .

De regreso a casa, Meliodas estaba en su cuarto, toda la salida se la paso mensajeando con Diane, era una chica muy divertida y simpática. No dudaba que serían buenos amigos.

El sueño le estaba invadiendo, se despidió de ella por mensaje y se recostó en su cama, era muy suave y confortable. Tal y como le gustaba al rubio.

Con una de sus manos jalo una almohada, coloco su cabeza en ella, se relajo al instante.

El mundo de los sueños lo estaba llamando con fuerza, le dolía los ojos solo por tenerlos abiertos.
Bostezo una última vez y se acomodó para dormir boca abajo.

Lo último que vio fue la ventana que tenía en su habitación, la noche se veía hermosa a esas horas.

. . . .

Fin.

I   l o v e   y o uDonde viven las historias. Descúbrelo ahora