La iniciación de Agung

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Aquella tarde la selva aparecía en completa calma. Algunos leones rugieron cerca, a través de la espesura verde y compacta se adivinaba la silueta de un elefante que barritando y abanicándo las orejas se alejaba todo pesado y ondulante.

Pasaron diez días con sus noches desde que Agung, hijo primogénito del temible y sabio Mbae y por lo tanto legítimo heredero al real trono marchara junto al anciano sacerdote y consejero real Yuba, hacia la entrada a los Templos Arcaicos que solo el conocía. Avanzaban despacio escoltados por diez bravos guerreros que tenían insertos en la nariz huesos de murciélago como señal de valor y obediencia al joven príncipe; de tanto en tanto una serpiente cruzaba el antiquísimo sendero que conforme marchaban se convertía en angosto camino empedrado y salpicado por las huellas de las bestias, lo que anunciaba la cercanía de agua; efectivamente del otro lado de la torturante vegetación espinosa y áspera pudo vislumbrarse una curva del silencioso río, en el que como gruesos troncos a la deriva los cocodrilos descansaban al sol, más al poniente resopló uno de los muchos hipopótamos que se bañaban en medio de la corriente y a sus orillas bebían plácidamente un grupo de rinocerontes,como a doscientos pasos una manada de jirafas hacia lo mismo, mientras soberanas bandadas de garzas níveas revoloteaban encima las cabezas de esta fauna.

—Venerable sabio, ¿aun falta mucho por recorrer para llegar al Sagrado Santuario?—. Interrogó Agung y el sabio Yuba le respondió: —Pronto llegaremos donde nos esperan los dioses antiguos, mientras tanto sigamos la senda que nos conduce al templo—. Diciendo esto el príncipe y el anciano atravesaron las pardas aguas en canoas improvisadas que los guerreros construyeron rápidamente. Del otro lado del río el sendero continuaba hasta desaparecer en los parajes misteriosos de la selva. Cuando la comitiva se alejó del curso de las aguas lo suficiente para no temer a los enormes lagartos, súbitamente el rugido de un jaguar penetró en la jungla, incitando que todos a la vez blandieran sus arcos con flechas de punta de arpón.

Agung comprendiendo lo necio de seguir avanzando ordenó descansar y velar pues la noche los engullía, las lechuzas comenzaron a gritar su misterioso reclamo.

Con el alba, sin novedad al frente siguieron la marcha, alertas abriéndose paso entre lianas serpenteantes como sogas gigantes y duras enredaderas,siempre guiados por el angosto camino de piedra. Pasaron un par de horas cuando el empedrado desapareció y frente a ellos la casta frondosidad verde se imponía. Comieron ávidamente mientras observaban el panorama. Algunos jabalíes cruzaron veloz y raudamente frente al grupo.

—Mirad allá—. Indicó el venerable Yuba señalando con el índice de su diestra a las copas de los arboles. Gorilas tan abundantes como un numeroso clan, estos monos gigantes son tolerantes y pacientes, pero ay de aquel que se atreva a inmiscuirse en sus asuntos; ahora bien, si llegaron al territorio de gorilas era evidente que entraron en zona de caníbales, pues conocido por todos eran las costumbres sanguinarias y los sacrificios de sus prisioneros en honor a extraños dioses que los salvajes del lugar rendían pleitesía.

—No temais—. Volvió a decir Yuba con toda autoridad y muy sereno—, los simios son los guardianes del templo ¡Seguidme mi príncipe!, que los bravos guerreros nos esperen sin temor alguno—. Dicho y hecho tomó al mancebo del brazo y lo condujo a una poco visible cueva que descendía en el suelo.

Caminaban con pasos lentos y seguros, ambos provistos de su debida antorcha, llegando así al final de unos pasillos que parecían no tener fin, porque apenas terminaban un conducto aparecía otro y tras este otro más; era obvio que se adentraban al centro de la tierra.

A medida que descendían, el tierno heredero al trono observó en las paredes de los pasillos rocosos unas pinturas rupestres, primigenias, de apariencia mística, algunas mostraban a hombres poderosos, algo así como sacerdotes de alguna fe olvidada en el túnel del tiempo y sin embargo para Agung había algo todavía mas extraño: aquellos gigantes grabados en el granito eran todos de piel blanca, aunque claro, también notó otros hombres del color de la noche, sin embargo eran tan pocos.., sabia que los conocimientos de los sabios de la tribu eran de días antiguos, pero se sorprendió al comprobar con la simple mirada que era mucho más arcaica de lo que se imaginaba. De pronto hicieron parada frente a la solida roca; las agonizantes teas ya no alumbraban en los pasadizos anteriores, la falta de oxigeno las estaba ahogando y la respiración de los dos se hizo más agitada.

El sarcófago y otros cuentos de ficción y de terror Donde viven las historias. Descúbrelo ahora