Capítulo 29 | Todo se sale de control

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Sentí un dolor fuerte y punzante en mi cabeza. Cuando abro los ojos veo que no estoy en mi cuarto sino en la sala. Intento reincorporarme lo más que puedo. Me siento débil y mareada. Incluso sentí náuseas.
—Carolina, despertaste —me dice alguien acercándose a mi. Es Rafael. Mi profesor. —¿Qué me pasó? —cuestioné.
—Te caíste de las escaleras —respondió otra persona. Rafael 2. Venía con un vaso de whisky. Pero se notaba serio. También se encontraba Lina y Piper en la sala. Estaban serias.
¿Me caí de las escaleras? Por más que intento recordar no puedo. ¿Que hice para caerme de las escaleras? ¿En verdad me pasó esto? Muy en el fondo de mi no lo creía.
Rafael me miró de una forma extraña. Como queriendo decir algo pero no podía.
—No logro recordar nada —musité.
—Ten, tómate esta píldora para el dolor de cabeza —Rafael me da una pastilla y un vaso de agua. Me tomo la pastilla y le doy el vaso de agua.
—Te golpeaste la cabeza muy fuerte —me dijo Rafael 2.
Sí que me la había golpeado muy fuerte. Me dolía horrible. Afuera se veía que era de noche.

—Sigo siendo torpe —susurré.
—Deberías descansar —me dice mi profesor— vamos, te llevo a tu cama. —Está bien —le digo, poniéndome de pie.
—Buenas noches, Carolina, descansa —escucho decir a Piper. Lo dijo con descaro. Como burlándose. Pero la ignoré, siendo sincera no tenía cabeza para lidiar con Piper ahorita. Solo quería recostarme e intentar recordar qué había pasado. Estaba bloqueada.
Rafael y yo subimos las escaleras hasta llegar al segundo piso.
—Rafael, ¿quien me encontró? —quise saber mientras caminábamos por el pasillo. Rafael me llevaba del brazo. Su toque era cálido.
—Fue Lina, ella te encontró. —respondió serio.
Lina. No sé por qué no me lo creo.
Subimos las otras escaleras hasta llegar a mi habitación. Nos detuvimos frente a mi puerta.
—¿Quieres pasar? —le digo. No sé por qué en realidad le dije eso. Pero la verdad me sentía confundida. Estaba sola y necesitaba a alguien con quien hablar. Rafael es el único "amigo" por así decirlo, que tengo aquí.
—Está bien.

Abro mi puerta y nos adentramos al cuarto. —Carolina, sé que tienes dudas —dice.
—Sí que las tengo.
—¿Qué quieres saber?
—¿Donde será la ceremonia de la luna azul? —era la pregunta más importante. Creo que él debería de saber.
Duda un momento.
Se acerca a mi y me abraza. Me toma completamente desprevenida, pero su boca se acerca a mi oído, demasiado cerca como para susurrar algo.
—La ceremonia será a diez kilómetros de aquí. Hay un lugar en el interior del bosque. Allí la luna azul se hace más presente. Allí todos nosotros ascenderemos.
—¿Quienes?
—Rafael, Kayler... y yo.
Sentí una punzada.
—Solo ustedes tres —fue más como una afirmación.

—¿Por qué estás aquí? Faltaría Kayler, ¿por qué él se fue? Silencio.
—Carolina, yo... solo te pido que esperes estas dos semanas restantes. Luego tendrás lo que quieres —dice.
Me mira, sus ojos están más dilatados de lo normal.
¿Qué vas a hacer, Rafael? Se acerca más y más... hasta que me besa. Me separo de él de inmediato y lo miro con un poco de asombro.
—Rafael, no —es lo único que le digo.
Asiente.
—Lo siento, no sé por qué lo hice. Perdóname —se aleja un poco. —Está bien, no te preocupes. Estoy bien.
—Discúlpame —dice otra vez.
—Está bien —lo calmo.
—Yo... me tengo que ir. Recuéstate y duerme un poco. —se dirige a la puerta, la abre y se va. Y yo me quedo allí sin saber qué es lo que pasa.


Las semanas siguientes fueron un poco duras, digo, me sentía más débil de lo normal y ni siquiera sabía por qué. Pero seguía entrenando, soportando a Piper y sus comentarios ridiculos. Me sentía extraña a veces, sí. Cuando llegué a mi cuarto taché el día de hoy. Era 30. Mañana era la gran noche. Mañana vería a Kayler y no podía estar más emocionada.
Me duché y esperé mi comida. Cuando almorcé me puse a leer un libro viejo que me encontré tirado por ahí. Era sobre un niño en un mundo ficticio. Ya me servía de distracción.
Como eso de las seis de la tarde alguien toca mi puerta. Lo que me parece demasiado extraño. Me levanto y abro. Es la señora de la cocina.
—Linda, Rafael quiere que bajes a cenar con él. Y quiere que te pongas esto —me entrega un vestido corto en color rojo. Lo tomo insegura.
—¿Quiere que use esto para cenar? —inquiero. —Así es. Y no tardes que odia que lo hagan esperar. Y se va.
Me quedo unos segundos tratando de asimilar lo que acaba de pasar hasta que cierro la puerta y le hecho un vistazo al vestido. Es corto, de tirantes, liso, al parecer pegado al cuerpo. Otra vez tocan la puerta, así que abro de inmediato ya que me encontraba cerca.

—Lo siento —es la misma señora— olvidé estas. Discúlpame, mi memoria ya no es la misma.
—Gracias —le digo, tomando las sandalias. Cuando ella se va ahora si cierro la puerta y me dirijo a la cama.
¿Qué querrá Rafael? Sea lo que sea no puede ser bueno. Pero no puedo dejarlo plantando el día antes de la luna azul. Es mi oportunidad de poder saber más. De si me podría llevar con él mañana. Aún así, aunque no me llevara. Yo lo seguiría.
Quito mi ropa y me pongo el vestido rojo. Me queda en mitad. Es decir, es de mi talla. Me pongo las sandalias negras de tacón fino y suelto mi cabello. No tengo nada de maquillajes aquí así que a lo natural. Salgo de mi habitación y bajo las escaleras. En el segundo piso no hay nadie, lo que me pareció un poco extraño. Parecía que estaba todo vacío. Además no se escuchan ruidos ni siquiera afuera.
Bajo las escaleras y llego a la sala. Había un comedor bastante grande en donde habían velas y mucha comida. La sala estaba a oscuras. Solo con velas. Rafael estaba sentado, esperándome. Usaba un traje negro.
—Carolina, ven, siéntate —me dice. Me siento en el otro extremo frente a él. —Wow, ese vestido te queda demasiado bien —intenta halagarme.
—¿Por qué estoy aquí, Rafael? —inquiero— pensé que habrían más personas.
—Es noche de cacería —dice— los demás van a cazar algo antes de la luna azul. Es tradición. —¿No se supone que deberíamos de hacer lo mismo? —quise saber.
—No, yo comí algo hace rato. Además, tenía ganas de cenar con mi invitada de honor. Vamos, toma, vino, está muy bueno. Fue un regalo.

Tomo la copa y doy varios sorbos. Los necesito. Rafael me mira expectante.
—Dime, Carolina, ¿extrañas a Kayler?
Me sorprendió su pregunta.
—Claro que sí —di otro sorbo.
—¿Por qué te dejó?
—Necesitaba algo de espacio para... pensar —miento.
—Siendo sinceros todos creíamos que Kayler sería incapaz de dejarte.
Igual lo creía. Di otro sorbo más grande hasta terminar el vino de mi copa. Tomé la botella y serví un poco más.
—Relájate, tómatelo con calma —dice— ¿Qué harías si te dijera que... puedes ver a Kayler? Lo miré, atónita.
—Te diría que te lo agradecería mucho —tomé.

Rió.
—¿Solo eso?
Su voz se escuchó lejana.
—¿Qué mas te podría dar?
Parpadeé varias veces porque la vista se me puso borrosa. No sabía qué pasaba.
—Carolina, puedo hacer que tus sueños se cumplan —ahora lo escuchaba más cerca. Llevé mis manos a la cabeza porque dolía. —¿Me escuchas? Carolina, ¿me escuchas? —alguien se había acercado a mi, poniendo su mano en mi espalda, pensé que era Rafael pero cuando lo miré, así, cerca de mi... mi corazón se detuvo por un momento.
—Kayler —musité, asombrada, anonada.
¿Estaba soñando? ¿Me desmayé?
—Carolina —dijo. Su voz. Por Dios, su voz... ¡Kayler estaba aquí! Por fin. —¡Kayler! —me lancé a él, abrazándolo, jadeante.
Él también me abrazó fuerte.
—Lo siento tanto —me dijo— perdóname por dejarte. Perdón.

Pero me sentí mareada.
—Te extrañé —lágrimas salían de mis ojos— Dios, te extrañé tanto estos meses. Yo... no sabía que hacer sin ti.
Mi cabeza dolía. Parpadeé varias veces. —Yo también te extrañé.
—Kayler... —sentí una sensación de irrealidad horrible... sentí como mis ojos se cerraban y como mis manos se debilitaban. Me sentía débil. No tenía control sobre mi cuerpo— no me siento... bien.
—Tranquila —sentí que me cargó. En un abrir y cerrar de ojos estaba en una habitación, acostada en una cama. Miré a Kayler quitarse la camisa. —Te extrañé, Carolina.
—No estoy bien.
Parpadeé y en el parpadeo notaba a Kayler distorsionado... en un parpadeo noté a Rafael en lugar de Kayler. Me asusté.
—Kayler, Rafael —lágrimas salían por mis ojos.
—Shh soy yo, cariño, tranquila —Kayler se puso encima de mi y me empezó a besar el cuello y más abajo del cuello.
Es Kayler, pensé, tiene ese derecho.

Pero muy en el fondo de mi sabía que no era Kayler. Quería moverme. Irme. Salir corriendo. Pero no podía. No me podía mover. No tenía fuerzas. Quien sea que fuera me quitó el vestido. Cerré mis ojos y lloré en silencio. No podía hacer nada. No podía. Cuando la persona frente a mi me besaba no me podía ni apartar.
Solo sabía que después de esta noche nada sería igual. Y eso me asustó horrible.

Conviviendo con el lobo ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora