PRÓLOGO

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Prólogo.
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La mujer se arrodilló para quedar a la altura de su pequeña hija.

—Escucha, amor —La pequeña la miraba con atención—. Todo va a estar bien.

—¿Por qué lloras mami? —Preguntó la niña ladeando su pequeña cabecita.

La mujer sonrió con ternura.

—No es nada, amor. Solo... —Ahogó un sollozo pasando una mano la cabellera rubia de la pequeña— mantente a salvo, ¿Sí?

La niña asintió mirándola sin entender.— Protege lo más valioso que tengas, cariño. Ocultate y no dejes que te encuentren. Eres alguien especial, Amelía —Trataba de ser fuerte por su hija, pero se le estaba viendo difícil—. Te amo mi niña, nunca lo olvides.

La mujer estrecha el cuerpecito de la niña en su pecho, ella la recibió con gusto.

De repente se escuchaban gritos a lo lejos, la madre miró detrás de ella.

Estaban cerca.

La mujer miró rápidamente a su hija.

—Tienes que irte. Vete —Dijo soltando a la pequeña no sin antes darle un beso en su frente, la niña negó repetitivamente.

—No... Mami...

—¡Allá están! ¡Atrápenla! —Grito un hombre por encima de la colina.

La mujer miró asustada a su pequeña.

—¡Corre!

La niña empezó a corre sin mirar atrás, pero al darse la vuelta para ver a su madre se detuvo, ella no estaba.

—¡Mami!

Corrió de vuelta al punto.

—¡Mami! ¡¿Donde estás?! —Preguntó buscándola con la mirada.

La desesperación la invadió, estaba perdida. Quería ir con su madre.

Su corazón se paralizó, una lágrima bajo por su pálida mejilla y el frío la envolvió su pequeño cuerpo al ver la escena en frente de ella.

Su madre yacía en el suelo, inmóvil rodeada de sangre.

La niña soltó un sollozo tras sollozo, convirtiéndose en un llanto incontrolable.

Había perdido a la única familia que le quedaba.

Había perdido a su mami.

Se acercó lentamente a ella, se arrodilló despacio para hacer un ademán con su mano y tocar la frente aún tibia de su madre sin vida.

La rodeó con sus cortos brazos abrazándola, manchándose del espeso líquido.

—Mami... —Sollozo— Despierta...

El llanto había disminuido, pero no su dolor.

La noche había caído, y todavía la niña con el cuerpo de su madre en sus brazos, estaba destrozada.

—No te vayas... Te quiero... —Murmuró cansada — No te vayas...

Después de unos minutos, la pequeña niña había caído en un profundo sueño.

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