Ginevra no pudo menos que maravillarse al ver cincelada tal virtuosa belleza en la expresión de su hermano.Y como suele suceder con quienes se profesan un profundo cariño, el amor de sus ojos encontró la forma de franquear la coraza de la incertidumbre y conceder el beneficio de la duda.
—Te hace falta un buen golpe en la cabeza, hermano mío, ¿o quizá es que solo has bebido mucho licor? —Rezongó ella en casi fingida incredulidad, pues el fantasma que resultaba su lado racional le comentaba al oído sobre la seguridad aplastante que Lijian había impreso en su fantasioso discurso. Ella sabía que su hermano iba enserio, pero necesitaba que se lo repitiera, que le diera esperanza con su convicción.
—Ginevra... —El joven se acercó, con toda la finura de un caballero, plantó las manos en los hombros de su hermana, y conectó su mirada con la suya, una mueca muy sensata, que gozaba con el sazón alegre que aún revoloteaba en el, tomando el control de sus bellos rasgos. —Podemos irnos de aquí.
—Aha, ¿y como piensas, según tú, hacerme pasar por un hombre? —Grinevra adoptó una expresión severa de forma inconsciente, mimetizando el gesto de su gemelo en lo que parecía casi una mofa, pero la verdad es que nunca se habían parecido más.
—Un hombre no, Ginevra, un niño, un chiquillo... Cortaremos tu cabello, quería mía, y todas las ropas que poseo serán tuyas.
—Ni si quiera lo consideres, Lijian —desaprobó la jovenzuela con su hablar remilgado, pero en su tono, entre los hilos que movían el sonido de las letras danzarinas que se arremolinaban en su oposición, Lijian atisbó lo que buscaba; un dejo de convicción, de duda, si así se prefiere. Y es que los gemelos saben estas cosas, saben cuando las sílabas se enfilan de tal manera que una negativa no es una negativa, aún cuando no puedan distinguirlo en su propio acento.
Así el astuto muchacho consiguió su cometido, parloteando incesantemente, con palabras rápidas, sagaces y agitando los brazos como un hombre embriagado por la inminencia de lo que dice. Blandió la daga con la que planeaba tronchar su larga y espléndida cabellera, sabiendo manifiestamente que al mismo tiempo atacaba, sin piedad alguna, la irresolución que aún pudiera aquejarla, deshaciéndose de ella al tiempo que él alzaba la voz con entusiasmo, como si ya lo tuviera todo planeado.
Ella cayó en las redes de su fervor, sucumbiendo ante la fe que él alimentaba con pasión. Ginevra permitió que el cortara su pelo con la exquisita daga que cargaba (habiéndola ganado en un juego de dados) con el dramatismo propio de un cordero que se entrega a un verdugo. Ginevra desconfiaba gratamente de las habilidades estilísticas de su hermano.
Ella, quien era una muchachita de destacada inteligencia, se esmeró en rasgar la falda de uno de sus vestidos, animándose, en su fuero interno, a no sentir lástima, pues tal prenda ya no le sería de utilidad, y con ella envolvió sus pechos hasta que no fueron diferentes a los pectorales de un bucanero. Ginevra se adornó con las ropas predilectas de su hermano, no más que unos pantalones deslavados y una camisa en la cual el olor de un humo fantasmal aún recubría delicadamente cada hito, como un eco de las aventuras vividas. La joven nadaba en las prendas. Y como la cereza del pastel agregaron la pieza indumentaria de la que Ginevra más disfrutaba: su capa de piel de un pulcro color negro, un corte prodigioso que en su tiempo había pertenecido a su madre, y como tal, casi rozaba el polvoriento suelo cuando caminaba.
De esta manera, los hermanos esperaron a que el sol principiara su fatídico descenso, sintiendo en el corazón como si aquel fuera el final de los tiempos, como si el astro fuera a sumirse en un letargo eterno. Cuando las últimas luces en el horizonte les guiñaban con complicidad, salieron por la puerta de atrás, tomados de la mano y corriendo como si los espíritus del infierno hubieran sido enviados con la orden de darles caza.

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Vientos alisios
PertualanganLa vida puede llegar a ser tan incierta como prodigiosamente exquisito es el océano, puede arrastrarte como un amante despechado y engullirte como si no fueras más que una gota de ron en la inmensidad de un cosmos desconocido y anhelante. El pretend...