Maldiciones y profecías

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—Así que el país del otoño eterno, ¿verdad?—Comentó el joven de cabello rojizo reacomodando su mochila al hombro después de usar un brazo para retirar la maleza que impedía vislumbrar el paisaje que brindaba ese tramo del sendero. Una gran ciudad se expandía a sus ojos separándoles apenas por menos de una hora de distancia a pie.—A mí me parece un bonito lugar.

—Para los extranjeros como nosotros lo es, seguro.—Respondió el más alto de ambos quitándose las hojas que se pegaron a su cabello tras el movimiento de las ramas que hiciera el otro.—Pero para ellos debe ser difícil verlo de ese modo.

—Hey, Ed.—Sonrío el más bajo.—Cuéntame la historia de nuevo.

—Llevo repitiéndotela desde que partimos.—Suspiró sin ánimos el mayor retomando su andar.

—Es que sigue siendo igual de genial cada vez.—Se defendió siguiéndole los pasos—Una malvada bruja hechizó este lugar poco después de que el hijo del rey naciera y fue como si el tiempo hubiera dejado de correr en aquel país pues aunque no afectaba directamente a las personas han pasado años sin ver cambiar de estación. ¿No te parece increíble?

—Lo es pero no estamos aquí para pensar sobre eso.—Respondió desinteresado.

—Francis no se va a molestar porque conozcamos más sobre la historia del país al que piensa robarle.

—Espero que no se te ocurra hablar sobre eso tan fácilmente cuando lleguemos allá o voy a fingir no conocerte.

—Oh, vamos.—Le dio alcance dejándole un golpecito en el brazo al más alto.—No pienses abandonarme, por favor. Yo soy experto guardando secretos, ya ni siquiera recuerdo para que quería tanto nuestro jefe que encontráramos esa dichosa fuente.

—Eso no me hace sentir mejor.—Murmuró Edgar.

Anexo a la historia del reino hechizado desde hace más de dos décadas existía también el rumor que había llegado a oídos del conocido mercader Francis Fitzgerald, aquel que hablaba de los beneficios ocultos de la lluvia de otoño que caía en ese sitio. Se decía de un lugar secreto donde esa agua caía y se condensaba reforzando sus propiedades al punto de considerarse curativa, la ubicación de aquella fuente era desconocida pero se especulaba que debía encontrarse en las tierras cercanas al palacio.

Ese era el motivo por el que los dos habían viajado hasta su capital bajo la encomienda de conseguir aquel líquido para ese hombre que buscaba desesperado un último recurso que pudiera asegurar la salud de su amada esposa y el bebé que ella resguardaba en el vientre después de que los médicos aseguraran que su embarazo ponía en peligro ambas vidas.

Por supuesto Francis no dudaría en utilizar toda su fortuna para tener una esperanza de salvaguardar a su reina y su futura princesa, razón por la que enviara tan maravilloso equipo de búsqueda, confiando en el espíritu aventurero de Mark y la sabia intuición de Edgar para cumplir con el trabajo. No hacía falta decir que el primero aceptó encantado mientras el otro trató de negarse valiendo su decisión en la poca credibilidad de ese rumor. Sin embargo se vio en la necesidad de tomar el trabajo cuando comenzó a sentirse como un villano por desmotivar las ilusiones de su jefe.

Y ahí estaban, después de un largo viaje, adentrándose en las concurridas calles de esa ciudad sin tener aún alguna idea de la ubicación de su objetivo.

Habían averiguado algunas cosas durante su paso por los pueblos aledaños y es que desde mucho antes que la maldición cayera sobre el reino los habitantes siempre fueron altamente creyentes de las profecías y cosas de ese tipo, tanto la agricultura como el comercio incluso la rutina diaria estaba regida por las señales que la gente veía e interpretaba para cada caso; desde el tipo de canto de las aves, la coloración de las hojas y el olor de la tierra luego de la lluvia. Cada uno eran detalles determinantes para hacer o no alguna acción en el día.
Y aunque Poe lo viera como una tontería al principio, le pareció imposible creer la historia de prosperidad que traía consigo aquel país con esos antecedentes como base.

Un Otoño EternoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora