2| El novio perfecto para Ren

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Ren metió la llave de su casa en la cerradura, abrió la puerta y se quitó los zapatos húmedos dejándolos a un lado de la entrada. Tembló un poco cuando el suelo frío le acarició las plantas de los pies desnudos. Debía cambiarse pronto o se iba a enfermar.

— Estoy en casa

Una campanita sonó al final del pasillo junto al sonido de patitas corriendo a su encuentro. El maullido del Señor Gato le dio la bienvenida a su hogar silencioso.

— Hola ¿Me extrañaste?

Acarició su cabeza peluda y avanzo por la casa hasta su habitación dejando huellas húmedas a su paso que luego tendría que limpiar. El Señor Gato corrió detrás del omega maullando desesperado.

— Hoy debo ir a ver al abuelo Sam, volveré tarde.

El gato naranja se sentó junto al marco de la puerta y lo observó cambiarse de ropa, guardo meticulosamente la chaqueta ajena en una bolsa y se seco el cabello rizado. Tiro todas las cosas húmedas en una esquina de la habitación incluyendo su mochila, el solo pensar todos los apuntes que se arruinaron por el agua lo hacia querer llorar. Tendría mucho que hacer cuando volviera. Se puso guantes, una bufanda y doble camisa. Todo bajo la atenta mirada de su felino.

— Hoy fue un día malo Señor Gato, volvieron a molestarme en la escuela, esta vez tiraron mis cosas a la lluvia — contó distraído abrochando los botones de su suéter—  pero una persona amable me noto y se preocupó por mi — el omega sonrió hacia el Señor Gato— El presidente es una persona amable ¿Verdad?

El gato maullo estirándose en el suelo como si le respondiera.

— Lo sé, lo sé. Le daré las gracias mañana.

El gato ronroneo cuando Ren pasó a su lado otra vez y acaricio su cabeza.

— Me voy.

Pidió un taxi por teléfono y esperó bajo la lluvia hasta que llegó, cerró el paraguas del presidente y bostezo, agotado.

— Al Hospital Mayer, por favor.

Ren tenía una rutina cuando visitaba el hospital que seguía al pie de la letra, compraba narcisos en la tienda a una calle del hospital, saludaba a la beta en el mostrador y registraba su visita, arrugaba el rostro al entrar al elevador porque el olor a cloro y medicamentos hacia lagrimear sus ojos. Una vez en el piso que le correspondía salía del elevador y saludaba a las enfermeras que ya lo conocían, se paraba frente a la habitación número 379 y tomaba una enorme respiración inflando su pecho. Posteriormente, abría la puerta despacio y asomaba un ojo verde.

— ¡Eso que llamas medicamentos son en realidad sedantes para animales! ¡Me hacen dormir todo el maldito día y despierto con hambre! ¿Y que me dan de comer? ¡Puré sin sal! ¡Quiero un buen pedazo de chuleta...! Oh, cachorrito, hola

Ren rio ocultando su rostro en el ramo de flores, vio a la enfermera negar con la cabeza mientras escribía en unas hojas. Seguramente había estado escuchando las infinitas quejas que su abuelo se tomaba la molestia de enumerar.

— Hola abuelo.

— Te dije que dejaras de traer flores. — le respondió señalando los otros ramos que decoraban la habitación

— Son bonitas — las estiro cerca de él para que las viera mejor, el hombre en la camilla giro el rostro, testarudo

— Un novio es lo que deberías traer

Ren suspiró rogando a los cielos nublados por algo de paciencia. La enfermera se carcajeo retirándose de la habitación sin decirle nada al omega pelirrojo. Eso solo significaba que todo seguía igual. Si algo estuviera yendo mal, lo sabría de inmediato.

RenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora