Salvarte

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Mi corazón latía con tanta fuerza que juraría que lo sentía salir de mi pecho, mis piernas ardían y el sudor que bajaba por mi frente era frío. Nunca había corrido tanto en mi vida, jamás había tenido que escapar de esa manera ni había sentido la muerte tan cerca. El auto tenía las ruedas pinchadas apropósito como si supieran que Emilio escaparía lo que nos obligó a buscar una salida corriendo.

-¡¿A dónde vamos Emilio?! – Gritó Crista una vez que entramos al basural para escondernos detrás de los montículos putrefactos.

-Cállate, no hagas ruido. – Murmuró Emilio recargando su arma mientras su pecho subía y bajaba tratando de recuperar el aire.

Yo miré a Crista. Me era imposible creer que esa hermosa y valiente rubia era la misma niña tímida del orfanato. Todo había cambiado tanto.

Unos pasos se comenzaron a acercar sobresaltándome, Emilio puso su mano sobre mi boca y se acercó a mi oído. – Promete que no saldrás de aquí. – Susurró. – Por nada del mundo salgas.

Miró a la rubia y juntos tomaron sus armas para comenzar a disparar.

Los gritos de dolor que emitían los heridos me estremecían. ¿Acaso no tenían remordimiento? ¿Emilio y Crista los estaban matando? Me revolvía el estomago pensar en las vidas que se estaban perdiendo frente a mí, pero mis nervios se volvían más fuertes pensando que una de esas vidas podía ser la de Emilio, o la de Crista, más aun dándome cuenta de que estaba embarazada.

Y entre tantas balas cayendo por doquier, una cayo en el hombro de Crista haciéndole tirar el arma por el impacto y que cayera justo frente a mí. Mis ojos se llenaron de lágrimas al ver el cuerpo de ella caer mientras que con una mano tapaba la herida y con la otra trataba de proteger su barriga.

-¡La tenemos! – Gritó alguien.

Vi el rostro de Emilio totalmente ido en furia, haciendo su mejor esfuerzo para apuntar a quien fuese posible mientras protegía el cuerpo herido de Crista con su cuerpo.

Y no sé que pasó.

Uno de esos hombres ya se encontraba casi al costado de Emilio apuntándole directo en la cabeza. ¿Fue un instinto? ¿Ese había sido yo? Tomé el arma que había tirado Crista con anterioridad y disparé sin pensarlo dos veces. La bala impacto en su pecho derribándolo.

-¡Joaquín! – Me gritó Emilio una vez que casi todos tenían su vista y sus armas apuntadas hacia mí, le había desobedecido pero de lo contrario le hubiesen disparado. -¡No lo maten! ¡No lo maten! – Gritó tirando su arma en el suelo mientras se arrodillaba con las manos levantadas. – No lo maten por favor.

-Vaya. ¿Te has rendido? – Dijo alguien. Solo quedaban cinco hombres. Nosotros éramos tres pero Crista estaba herida, Emilio desarmado y yo estaba ido.

¿Cómo saldríamos de esto?

-Solo no lo maten. – Murmuró. – Y dejen a Crista en paz.

-Pides mucho, niño. ¿Yo tambien puedo pedir algo? – Se acercaba uno de ellos con su pistola dorada jugando de mano en mano.

-¡Héctor! Solo amárralo y súbelo al auto, no te enredes más. – Le dijo uno de sus compañeros.

-¡Estoy yo a cargo! ¿Esta claro? – Gritó molesto para caminar rápido ante Emilio. – Me llevo a la rubia, son las ordenes, pero te dejo a ti y a tu amiguito.

-¿A cambio de qué? – Preguntó Emilio ladeando su cabeza cuando Héctor pasaba la pistola por su cuello con suavidad.

-Sabes lo que quiero... - Respondió acercándose más y más.

Estaremos. ▪Emiliaco▪Donde viven las historias. Descúbrelo ahora