IV

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No le dije jamás de palabra que la quería; pero si es verdad que los ojos hablan, por la expresión de los míos hubiera podido deducirse que yo estaba loco por ella.”

Cumbres Borrascosas

Emily Brontë

CAPÍTULO CUARTO

Al despertar mi madre me esperaba con el desayuno en las manos. Yo estaba recostada en mi cama, aún con cierta somnolencia.

—Perdoname cariño —su voz sonaba ahogada, y si su tono no me decía que había pasado la noche llorando, entonces sus ojos hinchados podían gritármelo.

Sonreí con cansancio.

Mi madre jamás se dejaba ver así, y lo estaba haciendo por mi. ¿Realmente vale la pena?

Me puse un poco más recta en la cama y me percate que ya no traía la ropa de ayer, en cambio tenía puesto uno de mis pijamas. Para ser especifica, mi favorito, ese en el que los borreguitos parecen saltar sobre un fondo rosa de franela.

—Me drogaste —mi voz tiembla entre el disgusto y la decepción.

Mi madre a cambio deposita la bandeja del desayuno en mis piernas. Ni si quiera un lo siento, o una explicación. Solo una mirada triste y un sentimiento que me hace sentir culpable.

—Come —dice.

Y lo hago, con lágrimas resbalando por mis mejillas. ¿Qué es lo que ha pasado con mi vida?

En cada lágrima un recuerdo y la verdad absoluta de que todo esto ha hecho de mi vida un desastre tan frágil que la brisa más delicada podría tirarla.

—¡Oh! Cariño —Mi madre se sienta a mi lado y me abraza. Sus respiraciones arrullándome. —Todo estará bien, bebé.

Sus palabras endulzan mis oídos, sin embargo no estoy segura que esto esté bien.

—Nada estará bien —Estoy tentada a decir, sin embargo a cambio sólo digo en susurridos —¿Cómo puedes estar segura de ello? —giro a verla a los ojos, lágrimas atrapadas en ellos.

Ella suspiró. —Soy tu madre, querida. Sólo lo sé —cerró los ojos y tragó duro —ese es el trabajo de las madres.

Asentí. Llorando.

—Necesito ayuda mamá— susurré. Ella abrió los ojos y dejó caer sus lágrimas. —Te llevaremos a un psicólogo, querida.

Asentí.

Los psicólogos eran para los locos, y era algo casi perfecto que me llevaran con uno, considerando como me encuentro.

—Tu padre espera en el carro —dijo, cómo si supieran que pediría algo así, y creo que después de todo si lo sabían. Ellos son mis padres.

Me levante de la cama, dejando la bandeja del desayuno en mi tocador.

La vida no es tan fácil como se cree, si lo fuera no sería vida, pero ¿hay algo malo en desear dejar de existir alguna vez?

Mi madre carraspea. —Te espero abajo, Ailen.

Me tomo un segundo para respirar hondo, deseando sin querer que todo esto sea una pesadilla y que para cuando vuelva a abrir los ojos me despierte de golpe y sudando, pero esto no es un sueño. En serio le he perdido, lo sé.

Me quito la pijama y me pongo lo primero que encuentro. Mi madre suele decir que soy un desastre en la moda, pero a quién le importa la moda en momentos como este. Amo las camisas holgadas sobre camisetas, los vaqueros de mezclilla u oscuros, usar tenis cómodos y leer, y si la gente no puede aceptar eso entonces no quiero ser parte de la sociedad.

¿Entonces quiero morir y perderle para siempre? ¿O sólo busco la salida fácil para no perderle?

Nada tiene sentido.

Igual le perderé, tarde o temprano.

Bajo las escaleras vestida a mi manera, sin maquillaje o accesorios. La moda es para gente estúpida que no tiene tiempo para ver cómo están por dentro, pero quizá sea la menos indicada para decir esto, tomando en cuenta el estado en el que estoy, pero defenderé mis fundamentos hasta la muerte... Y mi muerte inició cuando comencé a perderle.

Llego al auto y cierro la puerta. Mi padre arranca y es entonces cuando noto que no he traído ningún libro. ¿Esto significa que le he perdido definitivamente?

—Llegaremos pronto —mi padre dice.

No puedo perderle musita mi mente, enseguida las lágrima vuelven a mis ojos. Por favor, no quiero perderle.

Le he perdidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora