+ Epílogo +

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LEIGH

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LEIGH

31 de octubre.

Mi cumpleaños.

Halloween.

El verano se había ido, las hojas habían comenzado a caer, la brisa helada comenzaba a pasearse por nuestro pueblo como el fantasma de todos esos recuerdos dolorosos. Todo había cambiado, la tragedia y la oscuridad habían fracturado en el que solía ser un lugar sin mayor acontecimiento: Wilson.

Esta vez, el otoño y el invierno se sentirían diferentes porque con ellos venía la realidad, las imágenes vivas de esos momentos: la llegada de los Stein, los suicidios, la desaparición de Sofía y luego Natalia, sus muertes, el tiroteo en casa de los Stein, Heiner... Mila... aparté esos pensamientos. Pasamos de vivir una vida tranquila sin mayor problema a recibir golpe tras golpe, perdida tras perdida.

<<¿Nos recuperaríamos algún día?>>

El atardecer apenas comenzaba, su luz naranja acariciando los arboles a los lados de la acera. Metí las manos en los bolsillos de mi chaqueta oscura, y seguí caminando por la calle principal de Wilson. Mi padre y tía Lilia habían insistido en celebrar mi cumpleaños, pero me negué. ¿Para qué? No teníamos nada que celebrar. Habían pasado seis meses, y aún no encontraba la forma de emerger de la profunda depresión y el estrés post traumático que me dejó todo lo que pasó. Sin embargo, no iba a dar por vencida, como decía mi terapeuta: <<un día a la vez, Leigh, incluso, un respiro a la vez si es necesario.>>

Así que ahí estaba yo, paseando por la acera de la calle principal por primera vez en seis meses. No me gustaba salir de casa, aunque sabía que Heiner estaba muerto, cada vez que lo intentaba me encontraba mirando por encima del hombro, sin mencionar el pánico que me daba cuando veía alguien con capucha. Y como si eso no fuera suficiente, también estaba el duelo: la muerte de mamá, las chicas de la iglesia, de Natalia, de Mila. Y el hecho, de que me había quedado sin nadie, María intentaba con todo su corazón ayudar al igual que papá y tía Lilia. Lamentablemente, esta era una batalla que tenía que luchar sola porque ellos no lo entendían.

Nadie me entendía.

Solo él.

Heist.

Y se había ido.

Y no hablaba desde mis sentimientos por él porque sí se me había roto el corazón con su partida, pero eso no era la razón principal de mi agonía... sino el hecho de que él entendía mi dolor, él había pasado por lo mismo. Ya no tenía a Natalia, ni tampoco lo tenía a él. ¿A quién recurría en medio de la noche cuando tenía pesadillas? No había nadie.

Rhett se había recluido en una institución de salud mental hace semanas y lo felicité por eso, por su valentía de admitir que lo que estaba haciendo no funcionaba y necesitaba más apoyo. Yo también lo había considerado, pero no podía alejarme de casa, además, sentía que estaba teniendo progreso con mi terapeuta y la medicación. La prueba de ello era que había ido sola a caminar por el centro del pueblo esa tarde.

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