Socialmente aceptable

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Capítulo 1: Socialmente aceptable

Moral, decencia, reglas sociales, parámetros de comportamiento y correctitud tienen un significado diferente para cada persona. El bien y el mal tienden de una minúscula cuerda de indecisión ¿Para ti que es correcto? Tener un empleo promedio en una oficina, estudiar, ser un hijo digno, tener una esposa y tal vez hijos. Llevarlos a la escuela, verlos crecer, guiarlos al altar y estar rodeado de personas hasta el día de tu muerte. Suena coherente ¿No? Algo socialmente aceptable y sin quebrantar ninguna norma, pero las normas como las reglas se rompen alguna vez y si has roto una ya ¿Por qué no romper todas las demás?

Pero ¿Qué nos lleva a romper una norma? A veces la malicia propia de alguien, a veces la necesidad de ejecutar un acto equivoco y muchas veces las circunstancias. Si de pequeño alguien se vio envuelto en un evento propio de la putrefacción mundana, en una situación que no pudo controlar, en un escenario que no es para nada un buen recuerdo de la infancia entonces, es entonces que, su mundo, el mundo de ese pequeño ha sido corrompido para siempre.  Son situaciones circunstanciales, imposibles de evitar en ocasiones, y sin embargo son tan fuertes que arruinan la vida entera del individuo.

Esos hechos la mayoría de las veces llevan a un joven como ese rubio a desinteresarse de los estándares y vagar sin rumbo por un mundo que no se rige bajo ninguna ley de su sociedad, ser la piedra en el frijol, la oveja negra entre la gente, ser señalado, marcado por un tumulto de seres que le han herido, prejuzgado por sus actos por gente que no se juzga a si mismo antes de alzar la mano y ensartarle una bofetada en la mejilla, por gente que no ve que ellos están igual de podridos que él mismo pero la diferencia entre ellos y él es que no esas personas se tiran como cerdos en una tina llena de dinero para después andar de puntas y creerse intocables.

—¡Largo de mi casa! —gritaba una vieja de aspecto grotesco después de haber propinado tremendo golpe en la mejilla del rubio haciendo que sus lentes se desacomodasen un poco. La mujer regordeta con uñas y labios en un rojo intenso, pulseras y colguijes de oro y prendas asquerosamente coloridas estaba por otorgar otro golpe en el chico pero un sujeto detrás de ella le detuvo.

—Basta, mujer… deja eso —le indicaba el hombre quien, para no rebuscar en explicaciones, era su esposo. La situación era indescifrable a este punto pero se puede explicar.  El chico rubio se levantaba y enmarcó una sonrisa por demás burlona estirando la mano ante la mujer sin temor alguno.

—Mi pago —dijo el rubio sin chistar, la mujer se mostró ofendida ante la petición y tomó un jarrón, de aquellos costosos, y lo lanzó con una puntería tan lamentable que el rubio esquivó este con facilidad y sin perder esa elegancia digna de él.

—Largo de aquí malnacido y tu…!No puedo creer que me hagas esto! ¡Te denunciaré y quiero el divorcio, idiota! —dijo aquella señora golpeando el pecho de su marido quien intentaba controlar su ira sosteniéndola mientras el rubio seguía de pie con expresión desinteresada — ¿Qué eres imbécil? —dijo mirando al chico — Te dije que te largaras.

—Se equivoca, señora. Creo que aquí quien ha quedado mal es cierta… pareja. Yo solo soy un intermediario a mostrar a todos como es que el instinto puede más que el amor —dijo con falsa sutileza haciendo que la mujer se partiera en llanto derrotada mientras el hombre sacaba de su saco varios billetes y se los daba al chico para que dejara eso y se marchase.

—Vete, suficiente daño has hecho —el de lentes rio guardando el dinero en sus elegantes prendas y alzó los hombros.

—Fue usted quien contrató mis servicios—alzó una mano despidiéndose para salir a paso firme de la enorme mansión — hasta nunca.

Así con un porte inquebrantable y acomodándose el saco en color negro con ligeras líneas en plata el chico miró su reloj del mismo color y chistó levemente mientras cruzaba el enorme jardín de aquel corrompido hombre rico cuya relación acababa de “destruir”. Con todo ese drama de haber sido descubiertos en pleno acto por la esposa había quedado ahora con demasiado tiempo libre. Las enormes puertas de metal se abrieron automáticamente dándole paso a su libertad y cuando se disponía a sacar su móvil para hacer un par de llamadas un auto se detuvo frente a él. Este elegante, en negro, un Mustang  pulcro y fino. El chico rubio puso cara de pocos amigos al reconocer al dueño de tan costoso transporte y más cuando la ventana se abrió lentamente mostrando a ese joven.

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