Capítulo 4

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Existe un momento en nuestra existencia donde terminamos deseando que las cosas sean diferentes, que las circunstancias sean distintas, que nosotros mismos seamos diferentes. Pero esa necesidad de cambiarnos a nosotros mismos nace de un momento de dolor, sea ocasionado por nosotros o por alguien más. Alguien que de alguna u otra forma se convirtió en algo tan gigante y maravilloso que sentimos la necesidad de cambiar. Nos salimos de nuestra zona para ver el mundo con otros ojos. Con un filtro distinto.

Estaba escurriendo agua, tenía una falda de jean que le llegaba a su cintura. Sus hombros estaban descubiertos gracias a que traía una blusa blanca que no los cubría, se veía más alta gracias a sus botas negras que no eran largas y después estaba él y sus brazos alrededor de ella. Les iba a preguntar qué sucedía, pero otras palabras salieron de su boca.

- Podrían dejar de ser tan dramáticos y cursis, y entrar de una vez por todas al colegio, ya escurren agua.- En el momento que salieron no se arrepintió de decirlas, hasta que la vio voltear y lo notó todo en sus ojos, en ese momento quería correr a cubrirla con su chaqueta y sostenerla entre sus brazos para nunca más soltarla. Pero antes de hacerlo ella dijo algo.

-¿Podrías dejar de meterte en lo que no te importa Solari? Cada día sales más idiota. Claramente tenías que arruinar esto también.- No eran tan fuertes, ¿cierto? A Matthew no le hubiese importado si Charles, o Michael, o Clarisse, o quien sea lo hubiesen dicho. Sin embargo fue ella. Quien lo hacía sentir la persona más especial del mundo, como si fuera alguien que en realidad valía la pena. Y todo lo bueno que ella había logrado hacerle ver en él desapareció con aquellas palabras. Se quedó paralizado, procesando lo que ella le había dicho y se quedó bajo la lluvia deseando haber cambiado sus palabras y acciones.

-¡Mierda!- Leah gritó y golpeó un casillero con su bota. Se llevaba el pulgar a su boca y mordía su uña mientras su pierna no se quedaba quita. Sabía lo que sus palabras podían ocasionar y se enojó con ella misma un poco más. En ese momento llega Charles, después Michael llega por la izquierda de Leah.

-Leah, hay que irnos. Coge tus cosas y vamos a la cabaña.- Dice Michael sin preguntar por qué estaban todos mojados, y esperando que el maquillaje regado en la cara de Leah era a causa de la lluvia y no de su llanto.

-Yo voy en el carro, ¿alguien puede llevar a Clarisse? Debo hacer algo antes.- Leah abre su casillero y saca una camisa limpia y la mete a su maletín. Cierra el casillero y espera una respuesta de sus amigos.

-Yo la llevo, pero por favor no llegues tarde.- Dice Charles. Michael se quita la chaqueta de su equipo de fútbol y se la pasa a Leah.

-Si vas a hacer alguna estupidez al menos no te mojes más.-Michael se va con Charles a buscar a Clarisse. Leah va hacia el parqueadero por su carro y al entrar se cambia su blusa por la camisa que había sacado del casillero. Aún olía a ella, era de Laurie, siempre tenía una fragancia peculiar, ¿era sandía? ¿O mango?, no lo sabía. Pero por alguna razón era como si el verano fuese una fragancia. La nostalgia la invadía, pero no se permitió quebrarse otra vez. Encendió el auto y salió del estacionamiento.

Recordó ese día y lo que había sucedido. En realidad nunca lo supo, no completamente. Ese día salió en pijama directo a la casa de su mejor amiga después de una llamada alarmante. Llegó rápido, condujo más rápido que de lo normal y en un abrir y cerrar de ojos tenía a su mejor amiga tirada en la sala de su casa llorando más que nunca. No hubo palabras, como les dije Leah tenía ese poder de arreglar las cosas sin necesidad de mencionar absolutamente nada. Tal vez por eso Laurie la había llamado a ella, pues si se necesitaba decir algo Leah diría lo correcto, pero si era mejor callar Leah haría lo correcto.

Leah no miró a Laurie ni le preguntó nada, solo la sostuvo mientras esta lloraba, lloraba tanto que el dolor se sentía en la habitación, Leah no sabía que pensar, no sabía que estaba sucediendo o el por qué, le dolía ver a su mejor amiga sufriendo de esa manera. Sin embargo, no quería presionarla, sabía que ella hablaría cuando se sintiera lista. Pero ese momento nunca llegó.

Una de las leyes de NewtonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora