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Presente

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Presente.

Sí, sé que pensaste que te contaba toda esta historia mientras estaba ocurriendo, pero llegamos a finales del 2016, un mes de... su partida. El presente.

Y aquí estoy, mirando el techo blanco lleno de pequeñas grietas, con los ojos húmedos, tratando de pensar en cómo acabar con todo lo que siento.

Pero sólo encuentro una opción.

Así que me levanto de la cama con parsimonia, sintiendo el piso frío por la temperatura del otoño y llegó hasta la cocina. Lo dudo un momento, estoy casi segura de que aún no estoy lista para hacerlo. Pero tengo qué, por él.

Busco entre la alacena el lugar en donde tenemos todos los cubiertos y tomo uno de los cuchillos.

Cuando estoy en el cuarto me siento en el piso, frente a mí tengo una caja, esa caja, la que mamá mandó a sellar y me prohibieron abrir hasta que pasaran algunos meses.

En mi mano se siente el rasgueo del cartón y las lágrimas empiezan a brotar de nuevo. Cuando ya esta abierta no paran.

Unos a lápiz, otros a color, unos en hojas blancas y otros en hojas rotas...

Sus dibujos.

Cada uno de ellos, intactos, justo como el los dejó en el piso de ladrillo de aquel viejo salón de clases.

Los pongo todos en una carpeta azul y sonrío con nostalgia al ver que es parecida a su cuaderno.

Cruzo la sala, tomo un abrigo e ignoro completamente el espejo, no tengo ganas de ver a esa chica delgada y triste en la que me he convertido.

Al abrir la puerta el viento frío me recibe, junto con el olor a humedad que caracteriza esta parte poco poblada de la ciudad. Camino por la vía principal, la plaza y el parque, pero esta vez no me detego a mirar las flores que crecen en las veredas como habría hecho hace meses, y la risa de los niños más que ser alegre me resulta nostálgica ¿Cómo el mundo puede ser tan indiferente a su partida?

Y por fin, llego a la enorme vaya que en grandes letras negras me recuerda el final del chico del Invierno.

Con cada paso que doy, estoy más cerca de él, o de lo que se supone que él había sido. Pero cada vez me siento más lejos, porque no puedo verlo como un cuerpo vacío en aquel cementerio. No podía estar en alguna de esas tumbas selladas con la muerte y el olvido para siempre.

Pero así es. Y yo nunca voy a poder cambiarlo, por más que duela.

Solo recuerdo el lugar en donde está porque oí a alguien decirlo, yo ni siquiera pude ir al funeral. Y al llegar, mi mirada se topa con decenas de flores y cartas, algunas se han mojado con la lluvia, y la mayoría de las flores se han secado. Aunque eso no es lo que mi mirada encuentra primero, sino las letras talladas en el mármol blanco.

"Ian Hale, 1999 - 2016"

Ese era su nombre, un nombre tan bonito como Invierno y como los copos de nieve en los días de frío. Tan bonito como sus ojos reflejados en la ventana del aula 204, como los rizos de su cabello y el rosado de sus mejillas.

Un nombre tan bonito que no merecía dejar de ser pronunciado tan pronto.

Observar el lugar donde su cuerpo descansa me deja atónita, mis manos están heladas y no sé si las palabras vayan a salir, pero las fuezo, tengo que hablarle- Ian... -respiro y apartó mis lágrimas de nuevo como un acto ansioso- Hola... -es lo único que logro articular.

Me siento frente a su tumba, esperando sentir algo. Pero no hay nada, sólo el viento que viene y va, llevándose las hojas anaranjadas.

- Creo que esto es tuyo -digo dejando los dibujos en la lápida-, perdón por no devolverlos.

Hago una pausa, pero mi única respuesta es el silencio que reinaba en el lugar.

- Vine a visitarte porque ya no quiero seguir así. Es que ¿Por qué es tan difícil? Quiero volver a cuando me sonreías desde el pupitre 29, a cuando dejabas tus dibujos en el piso y pensabas que yo no me daba cuenta de que los dejabas ahí para mí. ¡Quiero que vuelvas tú!

Y poder arreglar el haberte dejado ir.

Él no iba a responderme, ese era un hecho. Pero que él no pudiera no significaba que yo tampoco. Le hablé tanto y de tantas cosas que el cielo gris que alumbraba las tumbas, se fue volviendo cada vez más oscuro, y con él mis ganas de llorar fueron desapareciendo, al tiempo que las estrellas se asomaban tras las nubes.

Le hablé de mí, de cómo mi gato ronroneaba cuando le acariciaba sus patitas, de cómo la lluvia sonaba más fuerte desde el tejado de mi casa, de cómo le faltaba una baldosa al la esquina izquierda de mi baño, y de como mi cuarto estuvo decorado con sus dibujos por tanto tiempo.

Lloré como nunca esa noche, acostada en el césped, justo al lado de su tumba, mirando al cielo, pensando que tal vez en alguna de sus estrellas estaría él.

- Lo siento por nunca decir nada... - le susurré a pesar de no tener la culpa.

Tal vez esos detalles que para nosotros podrían parecer pequeños, en realidad eran los llamados de auxilio de el chico del invierno.

Estaba intentando pedirnos a gritos que no lo dejáramos ir. Y lo ignoramos.

- ¿No es curioso que la primera vez que te hablo, ya no puedes responderme?

Pregunté con tristeza antes de recostar mi rostro en la lápida fría de mármol.

Y me dormí esa noche a su lado, sin siquiera tocarlo.

INVIERNO. | Completa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora