Dulce mezcla de dopamina, oxitocina y testosterona
Es increíble lo mucho que un mal habito afecta las áreas de nuestra vida. Pese a mi velocidad sigo llegando tarde.
Corro entre los charcos sobre el pavimento, sin la menor preocupación, ya estoy empapado de cualquier manera. La noche es fría, si no fuera por el ejercicio realizado estaría congelado.
Cruzo la calle únicamente iluminada por los salteados postes de luz y las luces de entrada de los edificios. A lo lejos, bajo una tenue luz amarillenta se halla una hermosa joven. Está en la entrada de mi edificio de apartamentos. El frio parece no afectarle, ya que solo tiene un delgado suéter tejido de color rojo, el cual combina con las puntas de su largo cabello ondulado.
Está mirando el cielo, perdida totalmente en la belleza del espacio, de tal modo que te hace perderte en su rostro serio y soñador. Imaginando las cosas que pensará junto con una cómoda sonrisa.
Sus pequeños pies están cubiertos por los zapatos Hi-Top negros medio empapados, sus largas piernas se hacen un poco anchas conforme subes la mirada a la cintura en la tela de su pantalón gris. Y sus largos dedos se encuentran entrelazados a la altura de su estomago con una pequeña bolsa de tienda de supermercado.
Al escuchar el alboroto que hacía con mis pasos acercarse gira lentamente el rostro hacia mí. Ante esto, impulsivamente bajo mi mirada al suelo, mientras que una sonrisa trata de salir de mi.
Me detengo junto a ella tocándome la nuca, pues sabia mi error. Ella me observaba con aquella mirada de quien se acostumbra a los hábitos de alguien más con una sonrisa.
Acerca su mano derecha a mi rostro empapado en el cual seguían escurriendo gotas de mi cabello. Su suave yema del dedo índice toca lentamente mi frente sobre mi ojo derecho trazando su camino hasta debajo del mismo sobre mi cicatriz.
-Hola Emily –Le digo con mi corazón palpitando rápidamente-.
-Zai, tu cicatriz se nota menos –Dice perdiéndose en la piel herida de mi rostro-.
-Sí, ha pasado ya un año. Pero jamás desaparecerá, eso es bueno creo.
Regresa su mano a la bolsa y me la entrega golpeándome con fuerza en mi pecho.
-Tu harás las palomitas de maíz –Me dice riéndose y entrando al edificio-.
Entro tras ella y subimos las largas escaleras blancas manchadas por la edad del edificio. Cuando habíamos aventajado un buen tramo hasta el piso diez me resbalo por lo mojado de mi calzado y caigo sobre mi rodilla, riéndome.
Ella se toma la cintura volteando los ojos hacia arriba y me grita:
-¡Zai! Que torpe eres.
Se acerca a mi dándome la mano para levantarme, yo levanto el rostro hacia el suyo y su mirada no es de irritación, sino como si observara algo que le agradara.
-Bueno, eso te hace lindo a veces –Me dice-.
Respondo a su ayuda con mi mano temblando y un suave ardor sobre mi pecho.
Llego a la puerta de mi departamento y la abro sintiendo el suave calor de los interiores. Prendiendo la luz, dejo pasar a Emily y me dirijo a mi cuarto a cambiarme de ropa.
-Siéntate, ahora regreso –Le digo a Emily con frio-.
Corro a mi desordenada habitación sacando un pantalón cualquiera y un suéter gris de los cajones, arrojo la ropa mojada en el cesto de ropa sucia y los lentes a la cama. Cambiando los calcetines húmedos y poniéndome unos zapatos secos salgo en seguida.