Huérfana

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-Se cruje el cuello y los hombros, para luego tomar un vaso de agua entre sus manos.-

Gracias por quitarme la camisa de fuerza. Ya me estaba resultando incómoda nuestra charlita.
-da un trago al agua y luego deja el vaso como si nada.- 

Bueno, sigo. Tras la muerte de mi querido Labrador color chocolate llamado Dynno, mi vida cambió totalmente. Nada cambió salvo lo que yo sentía. Por primera vez en años, me daba igual si recibía palizas, insultos, malos tratos en general; yo solo quería vivir la vida hasta que mi madre decidiera matarme. 

A mis 7 o 8 años empecé a salir sola de casa, hasta la playa, que eran más o menos 1km y medio de distancia. Me acompañaba una niña pequeña de 4 o 5 años. Hacía trastadas, y de vez en cuando, pedía limosna. O sino, iba a una tienda de chuches a robar algo, puesto que no solía comer mucho de ese tipo de comida, como patatas de bolsa, caramelos, piruletas y demás. Pero esto a lo largo del tiempo a mi padre le resultaba un problema. No podía estar pendiente de nosotras, de nuestra madre, y además cuidar la casa, intentar ganar dinero para que sea comer al menos una lata de atún (que por cierto, madre mía con las latas de atún, eran super caras. Como si fuesen de oro, ¿sabes?). 

Aún así, él siempre venía a desearme unas buenas noches, y se esforzaba por ser un buen padre. Ahora, voy a situarme a la edad de 10 años. Mi hermana tiene... ¿7? Sí, creo que sí. Era el mes de Agosto. Mi madre encontró algo fuera de casa que le pedía no volver. Es decir, ahora ya ni nos hablaba, puesto que se pasaba tanto tiempo "trabajando" que ya no se acordaba de su familia. He de admitir que esto ya me dió sospechas desde el principio, ¿pero quién iba a creer a una niña de diez años? Es una pregunta que no interesa mucho porque mi padre también sospechaba de que algo iba o demasiado bien o demasiado mal. Ella se mostraba fría y distante con él; que yo no me daba ni cuenta, era una niña.

Pero mi padre ya lo sabía. Él ya se había percatado de que mi madre le era infiel con otro hombre, que le mentía y engañaba todos los días de su matrimonio. Durante meses, mi padre fingió que no sabía nada; que no sospechaba y que la seguía amando. Que eran un matrimonio feliz, o lo que quedaba de él. A pesar de eso, había días en los que mi padre se acercaba a mi madre a base de indirectas, pero ella no actuaba de forma sospechosa. Así que un día, mi padre decidió seguirla. No sé qué pasó, ni que vio, pero sé lo destrozado que estaba cuando volvió. El resto del día transcurrió normal. ¡Y recuerdo que cené pizza! Lo peor vino a la noche. 


Eran las 2:37. Mi padre vino a despertarme; a mí y a mi hermana. Hacía mucha calor, y la habitación comenzaba a llenarse de humo. El hombre el cual ya no era mi padre sino un ser desequilibrado por el momento, me sonreía, y me acariciaba la mejilla con el pulgar. Me tomó en brazos y me acercó a la ventana de mi habitación. Después de mi, a mi hermana. 

– Salid, venga... Voy a avisar a mamá de que nos vamos. – Y tras eso, mi padre nos sacó por la ventana. Aquella grotesca escena me dejó inmóvil. No podía creer que era aquello que veía. 

Mi hogar; en llamas. Ardía completamente a su alrededor, y con ello, se escuchaban las sirenas de los bomberos, la policía y la ambulancia acercarse. Calculé que habían pasado cinco minutos. Mi hermana lloraba, pero no me percataba de eso, no dejaba de mirar como mi hogar se reducía a cenizas.


Una mano me volvió a la realidad. Mi padre lloraba y me sonreía, apretando un poco mi hombro con su mano. He de admitir que la sensación de terror y desesperación crecía por mí cuerpo, a pesar de no poder moverme. Mi hermana se abrazó a las piernas de mi padre mientras lloraba.


– No os preocupéis... – Decía mi figura paterna con una voz tan maliciosa que me aterrorizaba y congelaba el corazón. – A partir de ahora seremos una familia feliz. Y que... Horror fue ver, oír, y sentir el fuego acercarse en una figura viviente, que se movía y retorcía por el suelo para apagarse el fuego de su cuerpo. Mi madre gritaba y suplicaba clemencia para que la ayudáramos. Yo quería, mi hermana también. Pero el miedo, la tensión en mi cuerpo no me dejaba reaccionar ni moverme. Solo se me escapó una lágrima por mis mejillas, al ver como mi madre moría sin poder hacer nada, porque fui débil. Sin embargo, mi padre reía por lo bajo. Y la maldecía también. No sabría decir si eso me hizo... En parte feliz, por permanecer viva, y tener al resto de mi familia conmigo, y porque odiaba a mi madre la cual se iba al infierno. Y por otra parte, aunque suene enfermizo; excitada, y poderosa.


Tarde. Era muy tarde cuando los bomberos y el resto de las autoridades llegaron hasta nosotros. Mi madre prendida fuego, yacía en el suelo sin vida. Nuestra casa, se derrumbó y cayó en trozos de madera y cenizas desechables. Y por otro lado, a mí me llevaron a la ambulancia, junto a mi pequeña hermana Aynoa. Nos hicieron muchas preguntas, las cuales no respondí, porque siquiera tenía palabras para decir cómo me sentía. Mi corazón se volcaba, y yo no podía repararlo. No ahora. No tenía fuerzas. 


Tras terminar de apagar el fuego, se dictaminó por la policía, que el incendio no fue un accidente tal y como declaró mi santo padre, que según su testimonio, quedó uno de los fogones abierto. Una vez descurieron que fue provocado, mi padre confesó, que había abierto el fogón de la cocina y simplemente avivó y ayudó a que el fuego se extendiera de la cocina, a la habitación de mi madre. Y que el reto de la casa resultó dañada en el proceso. Fue por ello condenado a 15 años de cárcel. Y nosotras, dado que no teníamos familiares a cargo de nosotras, fuimos enviadas a un orfanato en el coche patrulla de la policía. Aún recuerdo como mis ojos se fijaron en las últimas llamas de la madera de la casa, y juré que escuché como mi madre me culpó a mí por morir y perder mi familia. Y me lo creí.

Playa al atardecer (El inicio de Erika Lovegood)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora