Capitulo 1: Dos desconocidos

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Mi intención al salir de aquel lugar no era otra que no fuese fumar tranquilamente o despejarme un par de minutos, claro que lo que pasó a continuación no tuvo nada que ver con todo aquello...

Después de muchos esfuerzos, finalmente había conseguido unos pases para la discoteca de moda. Me había pasado días planificando aquella noche, pero como siempre suele pasar en estos casos, todas mis expectativas se fueron por la borda junto con mis planes. Esa noche se suponía que yo iba a triunfar, me había puesto mi mejor modelito para que las posibles presas vinieran a mí cuando yo me lanzase a la pista de baile con la intención de cazar algo; pero en vez de ser yo, era mi amiga la que se encontraba en el baño de los tíos subida al lavabo, rodeando con sus piernas la cintura de un morenazo de espanto. Había muchos chicos guapos, sí, pero ninguno lo suficiente para mí. No sé si esa sensación era porque ninguno lo era, o simplemente porque me habían hablado tan exageradamente bien sobre el físico de las personas que frecuentaban aquel lugar que los había llegado a idealizar, haciendo que a la hora de la verdad, todos dejasen mucho que desear frente a mis expectativas.

Atravesé un largo y estrecho corredor hasta abrir la puerta de emergencias y salir a la parte trasera del edificio. Al salir a la calle me encontré de frente con unas escaleras que bajaban hasta un callejón largo y oscuro. Decidí quedarme en aquella escalinata por varias razones: uno, porque no sabía a dónde llevaba ese camino; dos, porque toda la iluminación que había en aquel lugar era gracias a las estrellas; y tres, porque quién sabe con qué tipo de perturbado me podría encontrar por aquel camino. Me quedé quieta durante un largo rato, observando, mirando hacia el cielo, la oscuridad de la noche, el silencio de la oscuridad, el ruido de los pocos coches que pasaban al otro lado de la discoteca, los focos de ésta reflejados en el edificio de enfrente...
El edificio de enfrente. Se encendió una luz en el interior de una casa. Mi curiosidad hizo que me fijase en lo que sucedía en su interior y tras varios segundos de espera, apareció una pareja de jóvenes chocando contra todo lo que se les ponía por medio de su camino, mientras se empezaban a despojar de sus ropas y se besaban desesperadamente. A eso es a lo que suelo llamar calentón de media noche. Genial, parece ser que ese día todo el mundo iba a mojar menos yo. Decidí dejar intimidad a aquella pareja y buscar mi tabaco, que era para lo que en realidad había salido a aquel lugar. Me llevé la mano a la parte trasera de mi falda y me saqué un cigarrillo que, por alguna extraña razón, seguía en buen estado a pesar de haberme sentado sobre él en varias ocasiones. Me metí la mano en el otro bolsillo intentando encontrar el mechero, pero no estaba. Se me debió de caer mientras que bailaba en el interior de la discoteca.

- ¿Necesitas fuego?

Me quedé quieta un momento, pensando en si echar a correr o no. Ahí detrás había alguien que no había visto al salir, alguien a quien no le había escuchado llegar y alguien que, lógicamente, yo no sabía quién era. Vaya, que estupidez, ni siquiera sabía quién era y ya estaba pensando en huir... además, no tenía por qué temer. Esa voz yo la conocía. Era de un chico joven. ¿Del instituto quizás? Puede. Me di la vuelta esperando encontrar la cara sonriente del que estuviese siendo mi compañía en aquel momento, pero lo único que pude distinguir fue una figura alta, con un pie puesto firmemente sobre la pared y su culo apoyado encima de éste. Llevaba la capucha de la sudadera puesta, lo que me impedía ver gran parte de su rostro. En ese momento echó una bocanada de humo y pude diferenciar una tímida sonrisa.

- Toma mi mechero, no creo que tu cigarro tenga el poder de encenderse solo.

Me tendió la mano en la que sostenía el mechero que me estaba ofreciendo. Se lo quité y le eché un leve vistazo antes de encenderme el cigarrillo. Era un mechero de PlayBoy. Vaya, qué originalidad... me pregunté si tendría la funda para el teléfono móvil a conjunto.

Cuando volví a mirarle, lo primero que distinguí fue una especie de cinta ancha que le retiraba el pelo de la cara, y seguido me di cuenta de que tenía una enorme coleta de rastas que le caían sobre los hombros. En ese momento fue cuando le empecé a dar las gracias mentalmente a mi amiga por haberme abandonado en medio de la noche, provocándome una situación de agobio y estrés, lo que me hizo salir a fumar y encontrarme con él.

- Gracias por el fuego.

- De nada.

Los dos sonreímos satisfechos por haber conseguido lo que queríamos, él mi agradecimiento, y yo ver su cara. Estuvimos callados durante un largo rato en el que le dio tiempo de encenderse otro cigarrillo, y a mí de acabarme el mío. No paraba de moverse, cambiaba la posición de sus piernas constantemente, y rozaba la palma de la mano que tuviese libre en ese momento contra su muslo. Tiré la colilla de mi cigarrillo en un charco que había en el suelo frente a nosotros para asegurarme de que se quedaba bien apagada, y me fui hacia la puerta para volver a entrar al calorcito de la fiesta.

- ¿Ya te vas?

- Sí, me imagino que sí.

- Vaya, ¿y te ibas a ir sin decirme cómo te llamas?

- Tampoco es que te haya escuchado preguntármelo...

Sonrió ampliamente mientras que meneaba la cabeza hacia los lados mirando al suelo; yo seguía esperando con la mano puesta sobre el tirador de la puerta dispuesta a abrirlo y volver a entrar en caso de que él no dijese nada más.

Dejemos que la cosa siga (Dejemos 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora