four.

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Para estar casi en otoño, el día estaba bastante cálido. El cielo estaba despejado, siendo el sol el único espectáculo en el. La brisa estaba un poco revoltosa, y sacudía los rizos de Ian de un lado al otro. Esa era una de las tantas razones por las que detestaba salir de su casa en plena luz del día; todo era calor, brisa y ruidos. No era tranquilo, cómo en las noches cuando las aves se acomodaban en sus nidos y se echaban a descansar hasta el día siguiente. Le resultaba complicado apreciar la naturaleza cuando esta solo le gritaba y molestara.

Decidió callar la voz en su cabeza que emitía una queja tras la otra, hoy no tenía tiempo para eso. Se suponía que sería un día especial, por ende al final, conservar la calma tendría sus beneficios. Bueno, en realidad, todo dependía de Alissa, pero ella era como crío; si le dabas algo que deseara, no tendrías quejas de su parte. El solo pensamiento de ella, hizo sonreír a Ian. Le gustaba pasar tiempo con ella, era una de las cosas que lograba hacerlo genuinamente feliz.

Caminó de un lado al otro, frente al enorme árbol donde usualmente se sentaba y gruñó al sentir sus manos húmedas. Estaba sudando, aunque no tenía la certeza de que fuera debido a el calor. Quizá el hecho, de que invitaría a Alissa a su casa también le producía un poco nerviosismo. Secó sus manos en los jeans que llevaba y se recostó del árbol para evitar caminar de lado a lado cuán cachorro sin dueño, ya comenzaba a sentirse cómo un tonto.

Alissa no tardó mucho en llegar. Cuando lo hizo, le tomó por sorpresa ver a Ian de pie, era considerablemente alto. No recordaba haberlo visto de alguna manera que no fuera sentado en la rama del árbol y era raro. Removió los audífonos que traía puestos y los guardó en uno de los dos bolsillos de su vestido.

–¿Qué hay? –lo saludó Alissa, acercándose a él.

–Hoy tengo otros planes –le dice él nerviosamente, provocando una sonrisa en el rostro de Alissa. Le resultaba adorable.

–¿Tienes cigarrillos?

–Uh... sí –le respondió él, buscando en los bolsillos de su chaqueta. Sacó la caja de cigarrillos y se la entregó.

–Entonces, ya podemos marcharnos, mi querido Ian –le dijo ella, entrelazando su brazo con el de él–. Hoy seremos Ian y Alissa en busca de nuevas aventuras.

Ian sonrió tontamente ante el comentario de su pelirosa amiga, y de una manera peculiar, ella se la devolvió. No era una amplia, pero era sincera y eso era todo lo que deseaba Ian. Verla feliz, aunque solo fuera por un pequeño lapso de tiempo.

Ambos caminaron por la calles de la urbanización en silencio, simplemente haciéndose compañía. Ian hubiese preferido un charla sobre cosas banales, pero no se quejaba, el simple hecho de estar con Alissa lo hacía feliz. Cuando llegó a la entrada de su casa se detuvo y eso dejó a Alissa un tanto confundida, pero no le tomó mucho comprender lo que sucedía.

–¿Me has traído a tu casa? –preguntó ella sin saber que otra cosa decir.

–Espero que no te moleste...

–No, no... –se apresuró a decir ella– Me siento importante. Ningún chico me había llevado a su casa.

–Eres la primera chica que traigo aquí.

–Tienes una casa bonita –mencionó ella, abriendo el portón metálico en la entrada–. ¿Vives con tus padres?

–Solo con mi madre.

–Gracias, Ian –le agradece ella, girandose y tropezando con él–. Eres de mucha distracción. No sé, haces que mi vida apeste cinco veces menos.

–Vamos, Alissa, ¿solo cinco veces? –bromeó Ian, rascando la parte posterior de su cabeza.

–Tal vez, diez veces menos –admitió ella con una sonrisa.

–Definitivamente, eso está mucho mejor.

Ella le sonrió por segunda vez, pero esta vez era una sonrisa amplia, que dejaba un hoyuelo marcado en su mejilla izquierda. Ian sonrió, hoy había sido el día que más sonrisas había recibido de su parte, ¡incluso una con hoyuelo! Nada de sonrisas forzada, ni causantes de algún cumplido aleatorio. Eran genuinas, le nacía dárselas, justo como le nació darle una abrazo. Eso lo tomó por sorpresa, pero no perdió la oportunidad de abrazarla.

Ya no podía pedirle más a este día.

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