nine.

572 159 88
                                    

Ian se encontraba sentado en el suelo de su habitación, bajo aquel sistema solar, que con tanto amor su madre le había hecho. Garabateaba en un cuaderno algunos versos, que a su mente venían sin esfuerzo. Aunque ni siquiera tenía la certeza de que fueran versos. Sus emociones eran un montón de enredos, ya no sabía con exactitud qué era lo que sentía porque parecía sentir de todo y nada a la misma vez. Sus escritos ni siquiera tenían armonía o ritmo, eran distintas emociones en un mismo lugar, causados por la misma persona, pero que se rehusaban a volverse uno solo.

Ian había decidido que escribir no era lo suyo, al igual que con sus pensamientos, no podía controlar sus escritos. Pero pasaba tanto tiempo en casa, que no encontraba qué más hacer. Le gustaba leer, pero le resultaba complicado encontrar un buen libro que constantemente lo mantuviera entretenido. Algunos tenían un buen comienzo, pero luego perdían su gracia, y otros eran tan aburridos al comienzo, que le resultaba imposible continuarlos. Sus opciones eran muy limitadas desde que Alissa desapareció.

Al recordar a su pelirrosa amiga, su pecho se apretó, amenazando con quitarle el aire a sus pulmones. Ya había pasado un largo mes desde la última vez que la vió. Un mes desde que no veía su cabello rosa. Le gustaba pensar en ella, eso le producía una sensación tibia, pero cuanto abría sus ojos, todo eso desaparecía. Era doloroso no poder verla y un tanto cruel que ni siquiera haya tenido la oportunidad de decir adiós. Todos los días se preguntaba a si mismo si en algún momento dejaría de extrañarla, pues parecía que ese sentimiento se había anclado en su pecho permanentemente.

Se puso de pie para irse a la cama, pero todo a su alrededor comenzó a girar. Por un momento, le pareció que todo orbitaba alrededor de él, justo como él orbitaba alrededor de Alissa y ese pensamiento solo lo hizo sentir peor. Sintió nauseas y tuvo que sentarse en la cama porque tanta vuelta le resultaba insoportable. Él sabía que estos eran efectos secundarios de los medicamentos que le había recetado su doctora, pero una parte de él no podía evitar culpar a la pelirrosa por ello.

Su amor por ella lo estaba destrozando.

SheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora