8. EPÍLOGO

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TRES MESES DESPUÉS

Ahora me encuentro en casa, ayudando a mi padre, por no decir: haciéndolo todo para que él descanse.

Me toca sentarme frente al amplio escritorio que, alguna vez, tuve desde niña, y ahora él usa para colocar y ordenar una gran cantidad de papeles que debo revisar con cuidado, antes de entregárselos a quienes hicieron su pedido correspondiente.

Así es, él solo recibía pedidos, yo los entregaba. Así de coordinados estábamos.

Todavía no podía creer que, después de tanto tiempo sin dirigirnos la palabra por roces de hace un año, ahora ya estábamos colaborando el uno con el otro. Yo facilitaba su descanso, él me daba cierta propina o me compraba algunos dulces para comer.

Fuera de ello, la mañana y la tarde empezaban a hacerse muy monótonas, y ni qué decir de la noche: era agotador permanecer despierta tan tarde y sin algo en concreto que la vista pudiera admirar. Por ello, mayormente, me concentraba en la pantalla de mi celular, donde sabía que jamás faltarían los mensajes de algunos muchachos: unos agradables y otros ni interesantes, pero que ayudaban a cambiarme el rutinario panorama.

-¿Puedes hacerme un favor? -preguntó mi padre, llegando tras el alto respaldar de mi silla y palpando uno de mis hombros.

Enseguida, me sobresalté; su aparición resultó inesperada para mí, pues ni sus pasos había escuchado, y eso que siempre solía suceder al revés.

Apenas llegué a ascender mi mentón, y mi padre entendió que aquel gesto se traducía como un: "Dime". El susto aun estaba en mí; por más palabra que quise pronunciar, verle fijamente fue lo único que pude hacer sin temblar.

No contaba con que mis ojos terminaran por abrirse más, después de lo que me pidió.

-Revisa el perfil de tu tío en Facebook, usando mi cuenta -ordenó, aunque su tono de voz hacía parecer que casi se trataba de un ruego-. Si la memoria no me falla, como de costumbre, su fecha de cumpleaños está muy cerca.

No hicieron falta más palabras para saber a qué tío, de tantos, se refería: era exactamente el que vivía entre las paredes del condominio que yo debía evitar a toda costa.

Tampoco fue complicado retornar a la ola de recuerdos que dejé en el año pasado, ni mucho menos la "promesa" que me hice con respecto a... esa prima.

Por supuesto que temblé, mis temores volvieron y se me clavaron hasta en las manos que ya empezaban a inquietarse hasta para tomar el celular.

Viendo la pantalla de mi pequeño dispositivo, y sin aún cumplir lo solicitado por mi padre, pregunté:-¿Seguro que es el cumpleaños de mi tío?

-Bueno, no sé si de tu tío o tu tía o tu primo o...

-Mi prima -completé, dando fin a su inseguridad.

-No lo sé, por eso quiero que lo compruebes tú. Entras y me dices qué obtienes.

Claro, todo aquello era la consecuencia de que mi añejo padre no se llevara tan bien con la tecnología, ni las fechas... ni con nada. En verdad comenzaba a ser una fortuna para él que nuestro disguste de hace tanto se haya pospuesto; nunca acababa.

-Ya te contaré -afirmé, mientras mis dedos se movían a prisa en el teclado de mi celular. Tenía que hablar de todo lo sucedido con alguien, y... desahogar mis temores. No me importaba mucho quién fuera, solo necesitaba quitarme el peso de encima.

Todos mis nervios se reflejaron en cada mensaje que le enviaba a un chico, de entre tantos otros que tenía por contactos. Él mismo intentaba calmarme. Pero, como ya conocía bien la situación de principio a fin, estaba igual de ansioso que yo, aunque lo suyo parecía ser más por emoción o entusiasmo.

No captas que debo evitar a toda costa el volver a verla, ¿cierto?, tipeaba con pocos ánimos de continuar la conversación. Después de un rato platicando, entendía que el caso le importaba, solo que no para el mismo fin que yo tenía: él quería que fuera y afrontara las cosas con naturalidad y como si nada pasara, yo quería huir como sea.

Por supuesto que pensé en lo más sencillo, como decir: "No quiero ir". Sin embargo, esa opción estaba revocada para mi padre. Solo había dos opciones: o se enojaba por mí rechazo y volvíamos a tener roces problemáticos a nivel de no volvernos a hablar, o me terminaba llevando por las meras fuerzas.

Ese era mi padre, un huracán en todo sentido. El corajudo de la casa. No entendía cómo pudo haberle gustado a mi madre, hasta que entendí que ninguno tuvo mejor opción. Pero eso pasaba a segundo plano ahora.

Sin aun saber cómo salir del pequeño meollo, quité la vista y manos de mi celular. Ahora, toda mi atención estaba enfocada en la computadora de mi padre, la misma que usaba para redactar todos esos documentos que todavía estaban sin entregar. Por un momento, quise que se presentara todo un grupo de clientes para no cumplir la orden de mi padre. Pero así acabé: buscando el perfil de mi tío.

-No veo nada de tu interés -resoplé aliviada. Hasta que noté que era mentira.

En la foto de portada, estaba la gran fila de comentarios de varios familiares, indicando lo ansiosos que estaban por, textualmente: "Celebrar la fiesta".

Para corroborar, me aseguré de revisar los perfiles de más familiares. Lastimosamente, hacerlo me generó más confusión, pues hallé comentarios similares en cada publicación.

-Ok, parece que solo tendrás que preocuparte por regalar algo unisex -supuse apegando mi espalda al respaldar de la silla, girando hacia el cercano sofá en la sala, donde estaba mi padre.

-¿Por?

-No hay manera de saber quién es el(la) cumpleañero(a). Ni siquiera en la pestaña de información, donde se supone que siempre aparecen ese tipo de datos.

No supe por qué añadí esa última frase, si mi padre iba a entenderla como si le hubiese hablado en turco.

-Investiga bien, algo debe haber -insistió, terco para variar.

-Papá, si te digo que no hay, es porque no hay. Solo importa que sí es cumpleaños de alguien, no sabes de quién, pero ya lo sabrás cuando llegues.

-No pues -replicó avergonzado. Al parecer mis temores habían sido contagiosos-, no puede ser así.

-Bueno, entonces llama al condominio y pregunta de quién es el cumpleaños -mofé entre risas.

Mi padre sonrió e hizo el ademán de darme una bofetada. Hasta para bromear era agresivo.

Gracias a la vida, él no hizo hincapié en mi asistencia. A partir de entonces, tuve varios días para olvidarme de la idea.

Y cuando llegó esa fecha...

-¿Vas a ir?

-¿Adonde? -pregunté fingiendo no saber la respuesta. Otra vez.

-A la casa de tu tía.

-Ah, para el cumpleaños, ¿no? -contesté simulando calma y casi alzhaimer.

-Sí, sí.

-¿Y dejaremos la pequeña oficina sola?, ¿con clientes y sin alguien que atienda? - Aquello fue la excusa perfecta. En efecto, resultó ser suficiente para lograr mi cometido. Pero... algo pasó ese día.

Sentí inevitable el posar mi mirada en la calle, gracias a la enorme ventana que tenía al lado del escritorio. Gran parte de aquel día, se me pasó entre pensamientos y juramentos; repetí los mismos planes de hace un año: "No volver a verla, pase lo que pase". Sin embargo, todo me decía que en algún momento... cumplirlo iba a ser imposible.

En algún momento, según mi subconsciente, esa suerte iba a acabarse.

Pude faltar al cumpleaños, que en realidad acabó siendo del hermano de mi prima. Pero... ¿podría faltar a cualquier otro evento?

En mi cabeza, a pesar de que el tiempo ya había transcurrido, seguían llegando ideas de cómo habría sido volverla a encontrar. Definitivamente imaginaba lo peor: como que ella era la cumpleañera y tenía que verla cara a cara hasta para la entrega del regalo.

Día tras día, aquellos pensamientos fueron desapareciendo. A diferencia de la duda que parecía eterna: «¿Terminaré asistiendo forzosamente a algún evento relacionado con ella?». Sabía bien que, de ser así, no iba a poder enfrentarlo, no con todo lo vivido.

[BILOGÍA] SOLO PARA ELLADonde viven las historias. Descúbrelo ahora