El miedo la consumía, no se atrevía a dar un paso por sí misma, solo quería huir y renunciar. Dormir y jamás despertar. No era tan valiente como todos creían, o al menos como a ella le gustaría. Escondía su pesar detrás de su falsa alegría. Ya no era la chica inteligente que todos admiraban. Dejo de tomar esas buenas decisiones que la definían. Se perdió en su tristeza y su amargura, dejó que la oscuridad entrara y jamás volvió abrir la puerta. Tampoco quiso abrir las ventanas, porque aunque esa oscuridad la asustara, la luz, esa luz que a todos rodeaba, la asustaba aún más. No le pidió a nadie que abriera la puerta, pero realmente deseaba que alguien lo hiciera, pero sabía que nadie más debía abrir esa puerta, solo ella. Solo ella tenía que permitir que la luz entrara, poco a poco, como llega el amanecer, pero si la abría, ¿Qué pasaría? ¿Valdría la pena?