II.

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La luz del sol que se filtraba a través de las vidrieras, se derramaba sobre los bancos de la iglesia de St. Wilfrith e iluminaban el polvo a su paso. Más allá de las ventanas palidas por la escarcha, las calles adoquinadas de Hartburgh eran grises y somnolientas, y las palomas que pasaban aleteaban y se abalanzaban sobre los cristales rojos y dorados bañados por el sol.

En el interior, el servicio se prolongó con tanta prisa como la gota de sudor que se deslizaba por la espalda de Harry. Johannah había insistido en que usaran abrigos esa mañana como protección contra la repentina ola de frío de noviembre, pero aquí, en la capilla cubierta de velas, la capa extra de calor era incómoda y vagamente asfixiante.

Había pasado una semana desde la tormenta. Una semana, ni una sola mención de la promesa del oficial de la estación, y aún no había señales de que los hubieran trasladado a un nuevo hogar. De hecho, la vida comenzaba a tomar una especie de rutina. Cuando Harry no estaba ayudando a Louis y al Sr. Poulston en la granja, asistía a clases en la escuela local, una institución de edades mixtas que generalmente no era muy agradable. Louis se había mantenido firme a su lado el primer día, ayudandolo y defendiendolo de algunos muchachos que se habían burlado de sus rizos, y de hecho, sus días los pasaban casi por completo en la compañía del otro ahora; primero en la escuela, luego trabajando afuera, y finalmente, cuando terminaban las tareas del día, susurrándose entre ellos desde sus respectivas camas y viendo cómo sus voces se filtraban hacia arriba en la oscuridad. Harry había comenzado a esperar estas conversaciones nocturnas por razones que aún no entendía del todo.

Esta mañana, Louis estaba extrañamente tranquilo, inclinando la cabeza en el momento justo y ayudando a Félicité a encontrar la página correcta en su Biblia. Cantó suavemente durante los himnos, no es que Harry estuviera estirando deliberadamente sus oídos para escuchar ni nada, pero tenía una voz bastante hermosa, y Harry se preguntó por qué no cantaba más alto.

Después de pensarlo un poco, decidió que le gustaba ser el único que podía escucharlo atentamente como si fuera su pequeño secreto.

—Señor Louis Tomlinson, antes de pasar a nuestra última oración...—

Harry se puso firme cuando escuchó el nombre de Louis en medio de las tonterías del reverendo. ¿Lo había imaginado?

No, Louis estaba de pie a su lado y pasaba junto al resto de su familia para dirigirse hacia el pedestal delantero. Harry movió la cabeza alrededor del enorme sombrero que tenía delante para ver mejor y...

Louis se estaba acomodando en el banco del piano.

—Les invito a que usen este tiempo para oraciones personales y una reflexión tranquila,— Las instrucciones del reverendo Harris se demoraron cuando bajó del estrado, el fuerte golpe de las suelas de sus zapatos resonando tras él.

Las primeras notas fueron pequeñas y atrofiadas en el abismo de la sala, pero fueron sólo unas pocas teclas antes de que la música pareciera aumentar. Louis era hermoso en el piano. Sus hombros se iluminaban con un mosaico de luz de las vidrieras, su flequillo suave caía sobre sus ojos. La melodía hablaba de suaves días de verano y cielos despejados, y Harry se dejó llevar por ella, mirando, paralizado, mientras los dedos de Louis pasaban por las teclas.

Cuando la última nota llegó, se desvaneció en el silencio, se dio cuenta de que no había pensado ni rezado por nada. Pensó frenéticamente un "siempreprotegeagemmaamen," mientras los aplausos se filtraban por el alto arco del techo.

Louis recibió algunas palmaditas en el brazo mientras se retiraba por el pasillo. —Muévete —susurró, dándole un ligero codazo a Harry mientras se ajustaba en su asiento.

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