Prólogo

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La oscuridad se apoderaba de casi toda la habitación, lo único que evitaba que eso ocurriera era una vela en el centro de la mugrienta mesa situada en el fondo de la sala. El hombre que estaba en la esquina, se aproximó hasta la vela para encender el cigarrillo con el que momentos antes había estado jugando entre sus dedos manchados de sangre. La luz de la vela dejó a la vista la cara del individuo, rondaba los 50 años y sus canas dominaban el antiguo color negro de su cabello, iba vestido demasiado formal para estar en un lugar como ese, pero unas salpicaduras rojas en la camisa blanca indicaban que no estaba allí por gusto sino más bien por compromiso.

—No lo diré otra vez Fred, dime donde está la niña.— dijo el hombre canoso, el cual se dio la vuelta con el cigarrillo encendido entre sus labios y se colocó de cuclillas ante otro hombre que permanecía encadenado a una silla de metal. Este último tenía la cara llena de sangre y parecía estar al límite de su resistencia física, respiraba ruidosamente y con dificultad mientras intentaba librarse de las cadenas sin suerte.

—No te lo diré puto cabronazo—A pesar de saber que no iba a salir de esa, Fred, el hombre atado, se mostró firme ante su decisión, solo tenía una cosa clara, no iba a rebelar donde estaba su pequeña Eve. Ya había cometido demasiados errores.—Dimitri, los dos sabemos que no vas a conseguir nada de mi, mátame ya—.

El hombre con el cigarrillo, se había vuelto a desplazar por la sala hasta la mesa, allí cogió un instrumento con forma espiral y se volvió hasta Fred con una sonrisa macabra dibujada en sus labios.

—Si hiciera eso, todo mi esfuerzo y medios empleados en atraparte, no habrían valido para nada. Y aunque no me quieras contar donde está tu hija, tendré que divertirme un poco contigo antes de matarte, ¿No crees?—Dimitri, cogió el cigarrillo y se lo apagó en el ojo al pobre hombre que gritaba desconsoladamente de dolor que lo mataran, acto seguido le clavó el arma con forma de espiral en el estómago y comenzó a girar el intrumento de tortura revolviendo los órganos de Fred.—Tarde o temprano la encontraré y quiero que sepas que lo que te he hecho, no será ni la mitad de lo que le ocurrirá a ella. Los demonios la reclaman, quieren todo el poder que les puede brindar. Asique tranquilo, ella morirá, no habrá nada ni nadie que lo impida, ni siquiera tu ni tú patético intento por hacerte el héroe la salvarán.—. Dicho esto Dimitri le hizo una seña a sus dos matones situados en la puerta, se levantó y salió de la habitación dejando a Fred allí, siendo torturado por los dos hombres corpulentos.

Dimitri esperó junto a la puerta a que sus dos guardaespaldas salieran. Poco después de que el maratón de gritos y suplicas terminara, se escuchó un disparo dentro de la sala seguido de un golpe seco.

Dimitri se acomodó la chaqueta a la vez que veía como sus matones salían de la sala, con el cuerpo del que había sido uno de sus mejores amigos, dentro de una bolsa para cadáveres. 

La elegida de fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora