– TE preocupa algo? –preguntó Freddie a Claire con suavidad, en un intento de dirigir la ansiedad que sentía por ir a ver a Zac al cabo de una hora hacia algo que amenazara en menor medida su tranquilidad–. Últimamente pareces muy inquieta.
Su tía, una mujer de cabello castaño que llevaba recogido en una cola de caballo, se encogió de hombros y casi se removió en el asiento ante la mirada concernida de Freddie.
–A veces me agobio un poco.
–Debes de echar de menos a Richard –afirmó Freddie.
El novio de Claire se había ido a España a ayudar a sus padres a montar un negocio y volvería al cabo de pocos días.
–Evidentemente –masculló Claire al tiempo que se levantaba de la mesa de la cocina con las mejillas coloradas–. Tengo que contestar unos correos electrónicos. Hasta luego.
Y ahí estaba de nuevo su negativa a contarle nada, pensó Freddie compungida, mientras se preguntaba si debía limitarse a ocuparse de sus propios asuntos. A fin de cuentas, Claire y ella no eran buenas amigas que lo compartieran todo. Además, ¿acaso no tenía suficientes preocupaciones?
Lamentaba haber llegado a aquel acuerdo con Zac Da Rocha. Su peor defecto era ser demasiado impulsiva. ¿Y si el tipo se ponía desagradable? Desde el punto de vista de él, ella le estaría haciendo perder el tiempo y se negaría a entregarle el dinero que le había ofrecido, por lo que lo que probablemente sucedería sería que ella se sentiría avergonzada, y él, furioso.
¿Era eso acertado cuando él podía ser su jefe? Aunque a ella le seguía pareciendo ridículo, el rumor de que era el propietario del hotel seguía propagándose, a pesar de que él, por alguna extraña razón, no quería que nadie lo supiera.
Como el arrepentimiento y la incertidumbre le atacaban los nervios, había mandado un mensaje a Zac para dejarlo para otro momento, pero él se había negado y le había dicho que estaba deseando verla, lo que, dadas las circunstancias, había hecho que ella se sintiera peor porque aquello no podía, de ninguna manera, ser una cita.
Sin embargo, dedicó más cuidado de lo habitual su aspecto. Se lavó la cabeza, se puso sus mejores vaqueros y la blusa menos usada, y se ocupó de que los niños estuvieran presentables. Eloise saltaba al lado del cochecito en que iba Jack porque le encantaba el parque, donde podía correr y columpiarse. Freddie se acercó al banco que había al lado de la fuente central, donde había quedado con Zac, y respiró hondo.
–¿A quién vamos a ver? –volvió a preguntarle Eloise.
– A un hombre. A… un amigo.
–¿Cómo se llama?
–Zac –contestó Freddie de mala gana, casi segura de que no duraría ni cinco minutos en compañía de los tres, en cuanto se diera cuenta del desafío de ella. ¿Tendría sentido del humor?
Freddie se levantó y echó a andar en cuanto vio a Zac, que debido a su altura, era fácil de distinguir. Jack lloriqueó para que lo sacara del cochecito y ella lo sacó suspirando al tiempo que rezaba para que no se mojara con el agua, ya que no llevaba ropa de repuesto. Jack había contradicho todas las expectativas al ponerse de pie y comenzar a andar a los diez meses. No había andado a gatas, sino que se había empezado directamente a caminar, por lo que Freddie se había encontrado con un niño que andaba y que era menos inteligente que la media de los niños que empezaban a andar, debido a su corta edad.
Eloise empujó el cochecito vacío por el sendero, con Jack a su lado. Freddie observó a Zac acercarse mientras el corazón le latía desbocado hasta casi dejarla sin respiración. Eran los nervios, se dijo.