– JACK, no! –gritó Zac al ver que el niño acercaba los dedos a un enchufe.
Sobresaltado, Jack cayó de culo y rompió a llorar. Zac lo tomó en brazos para consolarlo mientras Freddie, recorría, admirada, con el dedo un panel de madera tallado.
–Eso es peligroso –dijo Zac a Jack, que le miraba con los ojos llenos de lágrimas y el labio inferior tembloroso. – ¡Y no me mires así!
–Entonces, ¿qué te parece? –preguntó Freddie con fingidadespreocupación.
Zac llevaba con ella el tiempo suficiente para reconocer cuándo le hacía una pregunta trampa. De hecho, buscar casa con ella era toda una lección. Una mujer tan práctica como ella, se volvía poco práctica cuando se trataba de elegir una casa. Él se había dado cuenta tarde de que su casa soñada era antigua, necesitada de cuidados y situada en medio del campo. Él tenía el ático para reuniones de negocios en la City, pero no era cómoda para criar a dos niños.
Le había dado a Freddie folletos de casas en las que podían entrar a vivir inmediatamente, pero ninguna exclamación de admiración había surgido de sus labios hasta que ella se había dedicado a buscar por su cuenta y había encontrado Molderstone Manor, en Surrey. Era una propiedad construida con poquísimo dinero en la Edad Media, cuyos dueños sucesivos habían sido a cual más pobre, por lo que no habían podido permitirse remodelarla ni modernizarla.
–Esta casa… es distinta –afirmó Zac con tacto–. Pero tardaríamos meses en poder mudarnos aquí.
–El ala norte es habitable, ya que ha estado alquilada –señaló Freddie alegremente–. Y tendríamos mucho sitio para dormir allí. Jen e Izzy necesitan su propio espacio.
Jennifer e Isabel, las niñeras, se habían convertido en Jen e Izzy y en parte de la familia. Zac apretó los dientes; se había olvidado de ellas. Iban a necesitar más dormitorios de los que había calculado, pero no quería compartir su espacio vital con los empleados las veinticuatro horas del día. Contempló a Freddie, que acariciaba la madera tallada de la escalera, y estuvo a punto de soltar un gemido.
–Vamos a echar otro vistazo al ala norte para ver si es habitable –dijo ella.
–¿Eres consciente de que, al final, vivirás aquí sola? –preguntó Zac mientras recorrían los dos pisos del ala norte y él se fijaba en cada desperfecto de la antigua decoración y en la escasez de cuartos de baño, mientras Freddie se ponía en plan poético sobre la facilidad con que podrían instalarse otros nuevos y lo maravilloso que era que las espléndidas molduras de techos y paredes estuvieran tan bien conservadas.
Se produjo un silencio tenso y Freddie palideció ante su comentario porque le recordó el futuro que la esperaba: Zac los abandonaría a ella y a los niños. Cuando volviera, sería solo para no perder el contacto con los niños. Ella ya no sería su esposa, sino su exesposa, encargada de cuidar a los críos. Todo sería muy distinto.
Zac solo se dio cuenta de las inesperadas posibilidades de la mansión cuando llegaron al gran patio trasero. La zona de las cuadras era inmensa y estaba en buenas condiciones.
–Podría traer caballos desde el rancho de Brasil y montar un criadero – afirmó con sorprendente entusiasmo–. Vendemos la mayoría de nuestros sementales en Oriente Medio.
Hacía un día precioso y soleado y, resuelta a no estropearlo con pensamientos que le provocaran ansiedad, Freddie abrió la cesta del pícnic que llevaba consigo para ir al jardín, lleno de maleza, y extendió una manta bajo un roble de tronco retorcido.
En ese momento, Zac se dio cuenta de que su desfavorable opinión del lugar sería mal recibida. Los niños corrían como locos por el jardín e Izzy iba pacientemente tras ellos, mientras Freddie sonreía de oreja a oreja al lanzar lánguidas miradas a la casa.