ERA un vestido impresionante, pensó Freddie, mientras examinaba, mareada, su aspecto en el espejo del dormitorio de Claire. Vestirse en el suyo le había resultado imposible por falta de espacio.
El elegante encaje hecho a mano del cuerpo del vestido realzaba sus pequeñas curvas y la hacía parecer más alta. La falda lucía pliegues de encaje fino como una telaraña y pedrería. En el cuello llevaba un colgante de diamantes, un regalo de boda de Zac. El cabello, recogido en un moño, sostenía la tiara de diamantes que, según Zac, pertenecía a su madre, además de los pendientes y la pulsera de diamantes que llevaba.
–¿No parezco un árbol de Navidad? –preguntó a su tía, preocupada.
–¡Ojalá tuviera yo ese problema! –exclamó Claire con envidia–. Los diamantes son el negocio de la familia, por lo que supongo que tendrás que mostrar los mejores. Tu vida a cambiar mucho, Freddie. Será todo caviar y champán, a partir de ahora.
Freddie tragó saliva porque seguía sin imaginársela. Una peluquera y una esteticista habían ido a la casa a prepararla para la boda, pero eso le había parecido más una necesidad que un lujo al ir a casarse con Zac y tener que parecer la clase de mujer con la que él se casaría. No podía ser que la mirara y se sintiera avergonzado de ella. Gracias a la cena familiar a la que había acudido, sabía que incluso las personas más cercanas a él podían ser críticas y sentenciosas.
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Zac, que la esperaba en la iglesia acompañado de Angel, se obligó a sonreír cortésmente cuando Vitale se les acercó.
–Su Majestad –dijo. Su hermanastro se había convertido en rey de Lerovia después de la abdicación de su madre, aunque la ceremonia de la coronación tendría lugar varios meses después.–. Debo hacerte una reverencia, ¿verdad?
–No, no es necesario que lo hagan los miembros de la familia –afirmó el rey Vitale–. Y mi intención es tener una corte moderna, por lo que habrá muchas menos reverencias en Lerovia. Por cierto, nuestro regalo de boda, que tiene la forma de un coche, te será devuelto pronto.
Zac frunció el ceño al oírle hablar de su preciado coche deportivo, que había perdido en aquella estúpida apuesta con su hermanastro.
Vitale se encogió de hombros.
–Nadie ha ganado la apuesta. Aunque no llevaras a Freddie al baile real, vas a casarte con ella.
–Ganaste con toda justicia –afirmó Zac de forma categórica.
Angel frunció el ceño con ganas de hacer chocar las cabezas de sus obstinados hermanos.
–Estará encantado de que le devuelvas el coche –afirmó.
Zac entendió la indirecta y suspiró.
–Eres muy generoso, Vitale. Gracias –murmuró.
–Y dentro del círculo familiar no habrá más reverencias ni apuestas – sugirió Angel con énfasis.
Zac volvió a caer en un silencio inquietante, molesto por estar tan tenso. La gente se casaba todos los días, se dijo. Pero él no, y el entorno y las asfixiantes tradiciones le constreñían. El acontecimiento era mucho más formal de lo que él había esperado.
La novia recorrió la nave con Jack, muy guapo y vestido con un traje en miniatura, que andaba entre Claire y ella. Eloise caminaba con cuidado detrás de las dos con una cesta de flores y vestida con un traje de princesa rosa que era la culminación de sus sueños infantiles.
Zac no podía apartar los ojos de ellos. De pronto se dio cuenta de que eran su familia, su nueva familia, mientras Jack le sonreía de oreja a oreja y Eloise lo saludaba con la mano como si temiera que no la hubiera visto.