Tormenta

8 0 0
                                    

En alguna playa de alguna parte del mundo pasea un chico. El día está gris. Parece que va a haber tormenta. Alder se moja los pies en el mar y las pequeñas gotas de lluvia empiezan a caer por su rostro. Camina hacia delante, decidido, sin mirar atrás. El agua le sube por las caderas, le sube por el pecho. Ahora solo tiene que dejarse llevar por las olas.

Alguien ha gritado su nombre. Se gira. Es Sam. ¿Qué hace ahí? Aquel joven tiene lágrimas en los ojos, le pide que no lo haga. Alder vuelve a mirar hacia el mar. Mira hacia atrás y de nuevo hacia delante. Ya lo había decidido. Sam vuelve a gritar su nombre, suplicante, pero Alder se ha sumergido bajo el agua. El joven corre por la playa hacia la orilla y se adentra en el mar. Si no puede sacarlo de allí, se hundirá con él. Se sumerge para buscarlo. Las olas los arrastran. Los separan.

Alder sale a la superficie, cogiendo una gran bocanada de aire. Mira a su alrededor, desconcertado y ve a Sam nadando hacia él. Sus lágrimas se confunden con las gotas del agua salada del océano. Alder empieza a nadar hacia él, pero el oleaje es demasiado fuerte. Las olas los revuelcan, los arrastra al fondo. Alder traga arena. Lucha con todas sus fuerzas por salir a la superficie. No ve a Sam. Lo ha perdido. No lo encuentra. Se desespera. Grita su nombre mientras intenta mantenerse a flote a duras penas. Grita y grita. Grita con toda la rabia y tristeza que tenía acumulada desde hacía demasiado tiempo.

Escucha su nombre ahogado, se gira, mirando entre las olas. Ve a su amigo Sam hundiéndose en las profundidades. Alder lucha por llegar hasta su amigo. Nada sin avanzar. Parece que cada vez está más lejos. Toda la fuerza que creía que había perdido le llena las venas y le corre veloz por la sangre, alimentando sus músculos. Al fin lo alcanza y logra agarrarlo por los brazos tirando de él hacia la superficie. Sam no está consciente. Alder nada desesperadamente para alcanzar la orilla. La corriente los empuja en sentido contrario y a veces los sumerge. Pero él lucha sin descanso. Está agotado, sin fuerzas. El peso que lleva sobre sus hombros lo asfixia y lo ahoga. Quiere dejarse llevar, pero ahora no puede. No puede.

Entonces nota la arena entre sus dedos y reúne las pocas fuerzas que le quedan para salir. Cuando lo consigue, tumba a su amigo a su lado. No sabe qué hacer. No era eso lo que quería. Intenta desesperadamente que vuelva a la vida. Le tapa la nariz, coge aire y une sus labios a los de él. No hay respuesta. Lo vuelve a hacer. No hay respuesta. Está muerto. Está muerto. Tiembla. Llora. Grita. Las lágrimas recorren su rostro de obsidiana y limpian algunos granos de arena que se habían adherido a él. Lo intenta, lo intenta, lo intenta. Le besa.

Se separa y se sienta mirando hacia el mar, con las piernas encogidas y los brazos alrededor de las rodillas. La tormenta ha terminado. Ahora brilla un sol reluciente. Sam está inmóvil a su lado y él no puede dejar de llorar. Lo mira sin verlo. Se tumba en su pecho y lo abraza. Lo abraza buscando el poco calor que aún permanece en su cuerpo. Anochece. El sol está a punto de ser tragado por el océano. Alder tiembla de dolor y de frío. No quiere separarse de Sam, quiere hundirse con él. Pero no puede. No puede. Ahora ya no puede.

Alder coge a Sam con ternura y lo lleva de vuelta al mar, introduciéndose de nuevo en el lugar que debía haber sido su tumba y no la de aquel que dio su vida por él. Cuando el agua le llega por la cintura, lo suelta y ve como se lo llevan las olas. El mar está en calma y la marea lo mece cual madre mece a su niño en la cuna para que duerma. Él se queda en la orilla, suprimiendo con fuerzas las ganas de unirse a él. Pero no puede. Ahora no puede. Por él. Le demostrará que no ha sido en vano y que luchará contra todas las tormentas que se avecinen.

Alder mira cómo los últimos rayos de sol iluminan el rostro sereno de su primer amor mientras se hunde en las profundidades y se queda a oscuras. Los rayos se han ido con él, pero el sol volverá a salir mañana y Sam no volverá a abrir sus ojos verdes. Nunca más.

Prohibido capturar cisnesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora