Las princesas también lloran

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Un bebé llora. Alexa se acerca a la cuna y lo coge en brazos. El bebé apenas tiene unos meses de edad, pero a Alexa le cuesta cogerlo. Es demasiado grande para ella. Lo acuna y lo mece suavemente mientras tararea una nana. Se pasea por la habitación hasta la ventana, ve a unos niños jugando en el parque y recuerda. Recuerda aquella vez en la iglesia, donde vio jugar a esos mismos niños, correteando por el crucero. Cerca del confesionario, su madre hablaba con el cura, se santiguaba y le hacía una reverencia.

Luego recordó de nuevo. Recordó aquel otro día en la zapatería, en el que también miraba por la ventana, como ahora. Los gorriones se peleaban con las palomas por un mendrugo de pan. Un grito de su madre la sacó de sus pensamientos y al mirarla vio en su rostro una mueca de reproche.

—¿Quieres echarme cuenta cuando te hablo? ¿Cuáles te gustan más? —Alexa no respondió, por lo que siguió hablando—: ¿Esos te aprietan? Mira los que me ha dado la chica. Son más bonitos, ¿verdad?

Alexa miró los zapatos que le mostraba su madre. Luego se miró los que tenía puestos. Su madre volvió a insistir, pero ella no dejaba de mirar los que llevaba puestos.

—¿De verdad te gustan más los azules?

Alexa asintió con la cabeza. Su madre se quedó un momento mirando los zapatos que tenía en la mano, luego miró a su hija y se levantó en dirección a la dependienta para pagar.

Siguió recordando. Y recordando. Y su mente se paró en aquel probador, mirándose al espejo, con aquel vestido que le apretaba y le picaba. Lo odiaba, pero ya se había probado siete y tenía que quedarse con alguno. Rechistar tampoco le servía de mucho, su madre no dejaba de repetirle que era un día muy importante para la familia, que era un día de celebración y que debía poner de su parte. Así que, cuando le dijo que parecía una princesa, ella intentó verse como tal y forzó una sonrisa, como hacen las princesas.

Su mente saltaba de recuerdo en recuerdo, como si aquella visión de los niños en el parque hubiera despertado una reacción en cadena de momentos de su vida. Ahora había adornos florales decorando todo el jardín, en casa de su madre. Una mesa de picnic con un mantel rosa tenía una jarra de ponche y varios vasos de plástico. El cura se encontraba bajo un arco blanco de madera decorado con flores que estaba situado en frente de la puerta del patio. Había sillas a cada lado del arco y nadie que las ocupara. Su madre hablaba con un hombre, de unos treinta años que vestía un traje negro y una corbata roja. Ella llevaba un ramo de flores. Alexa salió de su casa, son su vestido blanco apretado y sus zapatos nuevos. Se rascaba los brazos, pero no estaba segura de que fuera porque le picara el vestido. Cuando su madre la vio, gritó lo preciosa que estaba y se acercó a ella. Le entregó el ramo de flores y la empujó suavemente junto al hombre del traje. Alexa miró a aquel hombre, que le devolvía la mirada con una sonrisa extraña, una sonrisa que no parecía la de un príncipe.

El bebé deja de llorar y Alexa vuelve al presente. Sin embargo, sigue escuchando un llanto que no cesa. Deja al niño en su cuna, busca el sonido y lo sigue, pero no encuentra la fuente. Se topa con su reflejo borroso en el espejo de la cómoda y se dice a sí misma que las princesas también lloran.

Prohibido capturar cisnesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora