Capítulo ocho: La luz en medio de las tinieblas

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Los días habían pasado de una manera extraña. Sentía que casi podía oler los nervios de mis queridas amigas, veía en sus rostros la angustia y la comprensión.
Por primera vez desde que les di la triste noticia, en verdad entendían lo que estaba pasando. Creo que tenían la idea de que si ignoraban la situación esta desaparecería, pero ahora sabían que no era así. Intentaron al principio fingir que lo hacían, que me apoyabam mientras se me pasaba, pero como yo seguía con mis ideas no fingieron más y se mostraron en desacuerdo con mis ideas, trataron de ignorar...
La "situación" era dolorosa para todas, pero no desaparecería con ignorarla, en dado caso, yo no podría ignorarla aunque quisiera. Me golpeaba en la cabeza cada día, no podía escapar de mi destino, y curiosamente, tampoco quería. Es difícil de explicar lo que se siente estar tan cerca de ese irremediable final, pero es como la adrenalina antes de una carrera; quieres ganar, pero sin importar el puesto en el que llegues, la meta será la misma, el trofeo son solo los recuerdos.

A estas alturas de mi vida no sé si sentirme anciana o sentirme niña.
Me veo a mi misma casi en el final de mi camino por este mundo, apunto de que la utilidad de mi cuerpo caduque. Pero al mismo tiempo, me doy cuenta de lo poco que he vivido, de lo poco que sé del mundo, de mi país, e increíblemente, de lo poco que sé de mi.
En este momento me siento viva y fuerte, y es muy extraño considerando que pronto voy a morir.

No se Dice AdiósDonde viven las historias. Descúbrelo ahora