Capítulo 4: Sobrevivir

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Regina se sentió segura de sí­ misma una vez vestida. Los pantalones camuflados le iban algo grandes, pero las botas militares y la remera negra le iban a la perfección. Acostumbrada a los vestidos de faldas largas, los tacones y las camisas recatadas, aquellas prendas de ropa hacían que sus mejillas se prendieran.

Mientras se ataba los cordones de las botas, tardó más de lo necesario a propósito. Necesitaba pensar. Tendría que sobrevivir al exterior, y eso no era poca cosa. Aún no conocía muy bien los términos de la prueba, pero sabí­a muy bien que su vida peligrarí­a. Suspió, tratando de alejar el miedo de su garganta y pecho. Concluyó que era un muerto por muerto. Si se quedaba, Padre no gastaría ni un sólo recurso en el nuevo suero para ella, y moriría irremediablemente. Sin embargo, si salí­a allá afuera, arriesgaba su cuello y lograba hacerle saber que su vida lo vaí­a, tendría más tiempo sobre el planeta. Una opción era tenderse a morir, y la otra pelear hasta el último aliento de sus pulmones. Le gustaba pensar que era la clase de persona que elegí­a la segunda opción sin siquiera pestañear.

Pero ya caminando por el pasillo la realidad la golpeó. Las piernas le flaqueaban por dí­as sin caminar. La cicatriz aún le molestaba horrores, y no sabía cómo reaccionarí­a su olfato y vista al ambiente exterior. No estaba preparada. Tampoco sabía cómo disparar con un arma de fuego, y más allá de caminar en forma sigilosa no sabía­a cómo pasar desapercibida.

Una vez llegó al recodo y se encontró con los soldados, comenzó la lluvia de preguntas.

Ellos decidieron cotestarlas mientras se dirigían al elevador más próximo, Psi caminando por delante y Omega por detrás.

-¿Van a al menos enseñarme a disparar? -Se animó a preguntar la menor. Lo que le interesaba ahora era aprender a defenderse.

- Ni siquiera te van a dar un arma de fuego. -Gruñó Omega detrás de ella, a lo que dio un respingo.

- ¿¡Cómo que no me van a dar un arma de fuego!? -Exclamó Regina.

Ya habían llegado a las puertas herméticas, y antes de agacharse a la baja altura de la menor, Psi apretó el botón que llamaba al elevador.

- Escucha. -Le llamó la atención la de facciones felinas. Que Regina hubiera alzado la voz de aquella manera le parecí­a una falta de respeto, y esto no le hací­a ninguna gracia. Por ello, su expresión usualmente jovial se volvió casi tan severa como la de Omega.- Vas a tener un cuchillo de combate y vas a tener que lidiar con los arrastrados con eso. Se espera de ti que no llames la atención de muchos, así­ que no hagas mucho ruido. ¿Comprendes?

Regina no pudo más que tragar saliva. Psi también podía dar miedo cuando quería. Pero se tragaría toda inseguridad. En este momento no había espacio para tales cosas.

Al entrar al elevador, no pudo evitar sentirse extraña al estar encerrada en unas paredes tan estrechas con dos personas más allí­. Se removió inquieta, intentando no desconcentrarse de la tarea que se habí­a puesto en mente.

En las reservas no había ninguna clase de tecnologí­a, excepto por el altavoz de la plaza. Por ello, la cantidad de botones, cables, sonidos y puertas automatizadas de aquella caja de metal ponía de lo más incómoda a Regina. Psi y Omega ni siquiera se dieron cuenta de su retorcida expresión facial cuando los engranajes comenzaron a moverse rápidamente hacia arriba.

Al llegar sentí­a el estómago pesado, como si lo tuviera centí­metros más abajo de lo normal. La cabeza le daba vueltas. Entre el sonido de metal contra metal y el olor de todas las personas que habí­an pasado por allí por la mañana le causaba un cosquilleo desagradable en todo el cuerpo.

Los ascensores son un suplicio. -Pensó.- ¿Por qué tienen que seguir existiendo? Las escaleras hacen bien a la salud.

Salió de allí tambaleándose, pero seguían sin percatarse de ella. Era normal acabar así­. Después de todo, habí­an subido ciento veinte pisos en menos de minuto y medio.

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