Capítulo 7: Verdades Sin Retorno

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El frío metal del helicóptero jamás se había sentido tan agradable contra sus maltrechas manos. Aquel frío, el olor a pólvora, y los chalecos anti-mordidas eran su nuevo hogar. Se sentía tonta con todas las miradas sobre ella, más cuando aún algunas lágrimas de alivio resbalaban por su rostro, pero no podría imaginar mejor lugar que ese para ella. Tal vez no, no era agradable. Tal vez no era bonito. Pero era un lugar, una clase de sociedad que encajaba con ella, con la nueva Regina.

Cuando trepó por la escalera que suspendida en el aire la llevaba de vuelta a su nuevo hogar la luz del día ya estaba en su apogeo. Podía ver la luz colarse entre los mechones de su cabello castaño que revoloteaban frente a su rostro, al compás del balanceo de la escalera de cuerdas. El miedo a las alturas era algo absurdo de sentir, teniendo en cuenta la cantidad de pánico por los que tuvo que pasar esos últimos días. Algo muy parecido a la anestesia circulaba ahora por sus venas. Se sentía inmune a todo. Al miedo, a la muerte, a la ira.

Manos enguantadas la ayudaron a subir al final del trayecto. Manos enguantadas la ayudaron a bajar al llegar. Dolía, y qué bien se sentía estar viva. Se había prometido a si misma nunca más llorar, pero cada una de las veces rompió la promesa. Pero esto, las gotas que bajaban por sus mejillas ahora, era tan distinto a llorar que no sabría que nombre ponerle. Tal vez ella no lloraba, tal vez era Regina, que aún no aceptaba que había muerto.

La soldado cargaba con el cuerpo moribundo de la niña que alguna vez fue.

Powell volvía a estar esperándola en la entrada, como la primera vez. Esta vez no hubo camilla. Esta vez se mantuvo en pie. Aparte de saludos no hubo más palabras. No hubo felicitaciones, ni palmadas en la espalda. Lo que había hecho no era nada más que lo necesario para sobrevivir. La iniciación de su nueva vida. No podría haber sido de otra manera.

- Acompáñame. -Fueron las palabras de Powell al llegar de vuelta al piso Hospital.

Él caminaba a pasos lentos, mas aún así seguros. Regina caminaba dos pasos más atrás que él.

-Hay cosas que debo explicarte. -Prosiguió. La niña sólo asintió, y aunque él no la vio sabía que lo había hecho.

Prosiguieron por los pasillos. La soldado podría haber hecho una lista de cosas que percibió con el olfato. Fármacos. Personas, seguramente enfermeros. El metal de los bisturíes. El olor característico de la sangre podrida saliendo como vaho por debajo de una puerta cerrada. No hizo comentario al respecto.

Al final llegaron a una puerta de vidrio, como todas las demás. El anciano hombre entró, la joven detrás. Cerró la puerta tras de él, y cerró las cortinas. Las luces ya estaban prendidas con anterioridad.

- Dime, Regina. ¿Tienes alguna idea de por qué quiero hablarte? -Powell tomó un par de guantes de goma gruesa de un estante, y unas gafas que le cubrían prácticamente casi toda la cara. Se puso ambos, y se sentó en un banco de metal frente a una mesa del mismo material.

Ella negó lentamente, su mirada parecía vacía, o quizás demasiado llena.

Él se puso a mezclar lo que parecían polvos, y líquidos, que luego ponía en bolsas de suero. La niña no preguntó qué hacía. Tal vez era otro de los tantos secretos que se gestaban en aquel extraño lugar.

- Porque debo advertirte de un par de cosas. De leyes de... Higiene y cuidados personales estrictos que deben cumplir los que son portadores de la enfermedad, como tu.

Regina se mantuvo parada, sin moverse. No sabía qué responder, así que volvió a asentir con la cabeza. Intentaba no mirar al anciano, en general tampoco a nadie. Le era perturbador que ahora pudiera contar los poros en la piel de alguien aunque estuviera a dos metros de ella.

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⏰ Última actualización: May 26, 2016 ⏰

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