III

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Rompecabezas

— Arya Evangeline Hardstron. —se escuchó el jueves por megafonía.

— ¿Evangeline? —preguntó instantáneamente Anthony entre risas.— ¿no había otro nombre más feo?

Mi mejor respuesta fue sepultarlo con la mirada mientras salía en dirección al segundo piso. Nuestra amistad se podría decir que había pasado al siguiente nivel, desde que decidió abrirse conmigo aquella noche todo fluyó de manera natural.

Una vez las puertas del ascensor se abrieron, dejándome en el segundo piso, caminé hasta la recepción donde una señora de mediana edad me indicó dónde estaba el consultorio.

— Pase, pase. —escuché una voz que me resultó familiar del otro lado cuando toqué la puerta.— Buenos días Arya, siéntese.

De primeras el doctor no aparentaba tener más de los treinta. Su pelo negro hacía contraste con su blanca tez y tenía unos ojos azules tan claros que al mirarlos te perdías en ellos.

— Te preguntarás en qué consisten las pruebas que mencionó el presidente —comenzó a hablar cuando me senté en uno de los sillones de cuero beige situados frente a su escritorio.— pues bien, vamos a hacerte una chequeo general. Este consistirá en varias pruebas que nos llevarán toda la mañana —asentí en modo de respuesta.— es importante que una vez terminadas estas, no hagas esfuerzo físico durante todo el día.

Una vez terminó de informarme sobre los diferentes tipos de prueba que me harían, me guió hacia una sala contigua donde una enfermera comenzaría por sacar muestras de mi sangre.

Así continuó mi mañana, de sala en sala y prueba tras prueba. Mi mayor entretenimiento fue encontrar una sola mancha en las tan pulcras paredes blancas que recorrían las estancias, cosa que no conseguí.

La última prueba que me harían consistía en ingerir un líquido amarillento y recostarme en una camilla que no aparentaba ser muy cómoda. Minutos más tarde mi visión comenzó a nublarse, manchas negras aparecieron por todas partes y de repente todo se apagó.

  Abrí los ojos lentamente y parpadeé repetidas veces hasta lograr enfocar mi visión y poder ver a Anthony demasiado cerca de mi cara.

— Oh, menos mal que despiertas —escuché su voz como un vago susurro lejano, casi inaudito.— ¿Cómo te encuentras? ¿Qué te hicieron? ¿Duele? Dime que no, bueno si duele dime que si. Joder ¿Duele mucho? ¿Demasiado?  —habló más rápido de lo que pude procesar con mi mente funcionando a menos mil por hora.

— ¿Y tu botón de apagado? —murmuré sintiendo mis labios pesados y teniendo la sensación de que en cualquier momento iba a caer en un profundo sueño.

— Los enfermeros dijeron que reaccionaste mal al sedante y que no podrás levantarte de la cama en todo el día.

Asentí lentamente mientras divagaba en mis pensamientos tratando de recordar qué había sucedido antes de que me trajeran aquí, pero mis recuerdos estaban algo confusos, como si mi memoria fuera un rompecabezas que no conseguía encajar.

Quise decírselo al rubio, pero antes de que pudiera abrir la boca se escuchó su nombre por megafonía. Con una gran cara de terror se despidió de mi como si en lugar de ir al médico fuera a la guerra y no supiera si regresaría con vida.

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