20.

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Sam me besó como nunca, pero como siempre. Con sus manos en mi cabeza y sus dedos enredados en mi pelo. Me besó por segundos que me parecieron horas y así hubiesen sido horas, no habría sido suficiente. Yo lo abracé y sentí como él lloró conmigo, y todo eso hasta que caímos en cuenta que Lizzie nos estaba viendo.

Ahí fue que me separé de Sam, pero sin separarme realmente, pues él sujetó mi mano.

-Era eso de lo que querías hablarme a mí también, ¿verdad?- inquirió ella con los ojos llenos de lágrimas y cuando creí que se acercaba a Sam para golpearlo o algo, le devolvió un anillo que ya se había sacado del dedo-. Suerte que ya lo sabía.

-Lizzie, juro que esto no había pasado antes- le dije yo, pero ella tan solo se giró y empezó a caminar por el pasillo.

-Kat, debo...

-Anda- casi empujé a Sam-. Anda.

-Volveré- me dijo él antes de soltarme e ir tras ella.


L i z z i e

-¡Espera!- exclamó Sam, pero yo seguí caminando e incluso, aceleré el paso-. ¡Lizzie!

-Déjame sola, Sam. Por favor.

-No- él sujetó mi brazo y me detuvo-. Todos estos años que llevamos juntos no han sido en vano. Yo te quiero, y mucho.

-Pero nunca me amaste- lo miré a los ojos-. Nunca me miraste como a Katrina y probablemente, nunca lo hubieras llegado a hacer.

-Lo siento...

-Créeme que más lo siento yo- vacilé-. Siento no haber sido lo que tanto necesitaste todo este tiempo.

-Si lo fuiste, Lizzie. Fuiste mi mejor amiga- él tomó mi mano y me entregó el anillo que le había devuelto minutos atrás- y lo sigues siendo.

-Y por eso quiero que seas feliz- hice mi mejor intento por sonreír-. Feliz como ahora.

-¿Qué hay de ti? Yo también quiero que lo seas.

-Estaré bien.

-Lizzie...

-De veras.

Me solté de él y sin mirar atrás, me dirigí a mi consultorio para recoger mi bolso e ir a casa.

De camino, con una mano en el volante y la otra en el celular, iba reservando un pasaje para el próximo vuelo a Seattle.

Tenía que volver a casa, pero sobre todo, tenía que ver a mamá. Quería que me abrazara y me dijera que todo estaría bien, que mejores cosas vendrían y por mientras, podría quedarme con ella y ayudarla con la tienda de antigüedades de papá.

Así que ni bien llegué a mi apartamento, cogí una maleta y empaqué lo justo y necesario, pues en casa tenía ropa de sobra. El vuelo salía a las diez de la noche, pero a las nueve y media ya me encontraba en el avión esperando a que este despegase.

Las seis horas y media que estuve ahí no pegue ni un solo ojo, pero al aterrizar estaba que me desmayaba del sueño. No había avisado a nadie que volvería y mucho menos que llegaría a las cinco de la madrugada, así que nadie me esperaba para llevarme a casa y no me quedó de otra que pedir un taxi.

-¿Se siente bien, señorita?- me preguntó el conductor del Uber mirándome por el retrovisor y yo asentí.

-Todo bien.

Pero en realidad estaba que me pellizcaba el brazo para no dormirme y fue un alivio cuando el auto se detuvo frente a mi casa.

Me baje del auto después de pagarle al taxi y con todo el peso de mi maleta (y de mi cuerpo), no me quedó de otra que arrastrar los pies a la puerta y ni bien toqué el timbre, esta se abrió.

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