Cap. 4 La declaración

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Por fin llegó el día, estaba muy nervioso, y como para no estarlo. ¿Quién no lo estaría? Se iba a declarar al hombre que amaba, se estaba arriesgando a perder toda la relación que habían llegado a tener aunque también podía pasar que Volkov compartiera los mismos sentimientos hacia Horacio.

Desde la mañana se estuvo preparando para saber qué decir. Lo que no sabía era que llegado el momento se pondría muy nervioso, demasiado.
Tenía pensado decir algo así como: "Volkov, tengo que decirte una cosa que puede que te sorprenda un poco o no. Quería que supieras que últimamente ya no te veo como mi superior, sino más bien como una persona con la que querría pasar el resto de mi vida. Verás, tu... me gustas, y no espero que me digas lo mismo aunque me encantaría, simplemente te lo quería decir".

Gustabo y Horacio se montaron en el coche para ir hacia comisaría. Gustabo estaba tan desanimado como de costumbre, pero Horacio en vez, estaba más despierto que nunca. Él por las mañanas solía estar cantando y bailando, repartiendo felicidad a su alrededor. Pero en este caso, estaba demasiado nervioso.
Estaba prácticamente temblando y cuando Gustabo se percató de esto decidió decirle un par de cosas a Horacio.

-Escúchame bien vale?- dijo el de la chaqueta roja acolchada - puedes estar tranquilo, si el comisario te rechaza sabes que la Mafia sexi puede ir a por él y dejarle las cosas claras. Ya sabes, Pablito, Segismundo, tú, yo, ... y más colegas.-

Esto le liberó ligeramente de tensión y le hizo reír aunque él no se dio cuenta de que Gustabo lo decía enserio. Haría lo que fuera para proteger a Horacio, y si eso significaba explicarle bien las cosas a su superior para que no le rompiese el corazón a su hermano, lo haría, y bien orgulloso que estaría de demostrar que nadie hace daño a su hermanito pequeño a parte de él.

Al llegar enfrente de comisaría, Gustabo dejó a Horacio delante para que fuese entrando mientras que él aparcaba. Antes de que Horacio se alejara mucho le recordó lo que le había dicho anteriormente con una corta frase: "recuerda que la mafia sexi sigue activa y que están a nuestra disposición" a lo que no le contestó y se fue hacia dentro del departamento de policías.

Solamente fue dar un paso dentro de comisaría y se quedó paralizado, ahí estaba la persona que buscaba, la causante de sus nervios y con la que tenía que hablar para confesarle un secreto hasta ahora sólo conocido por unas pocas personas. Estuvo un tiempo ahí parado cuando un señor con acento chino y pelo rojo lo empujó junto con un: "¡apalta malicón!".
Acto seguido llegó Gustabo y lo convenció para que lo dijese lo antes posible ya que no podía esperar a ver la reacción del comisario ante tal declaración de amor.

Horacio fue directo hasta Volkov y sin saludar siquiera, soltó por culpa de los nervios: "me gustas, ¿te gusto?".
Gustabo se empezó a reír más que en toda su puta vida. Había sido una F total y el de la cresta no paraba de lamentarse por haber hecho caso al manipulador de su hermano.

Rápidamente el comisario se lo llevó de la muñeca al despacho de la planta principal. Horacio aún tenía esperanzas, pero lejos de eso, le dijo una frase que no pararía de recordar en los próximos días y que nunca olvidaría: "aver Horasio, yo le voi a ser sinsero, ¿de acuerdo? Yo para tener pareja, para relaciones sentimentales, vivido todo lo que he vivido sinceramente no estoy capasitado para eso."

Gustabo que estaba escuchando por detrás de la puerta se sorprendió al oír la frialdad con la que le dijo eso, nadie se merecía que lo rechazasen así y menos a Horacio, el trozo de pan que quería a todo el mundo y no hacía daño a nadie, quién repartía alegría por donde pasara.

Seguidamente Horacio salió medio llorando del despacho aunque estaba intentando ser fuerte y no mostrarlo. Gustabo esperó a que saliera Volkov para lanzarle una mirada asesina, en ese instante tenía ganas de darle un puñetazo pero no lo pudo hacer porque apareció papu.

-Ánimo coño, que os veo muy apagados ¡Come on!- dijo con todo el mal humor y energía de siempre. Se ve que no se le olvidaba cargar su batería de T-800. No era normal que un hombre de su edad tuviera siempre tal energía, normal que se llamase Dios a sí mismo.

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