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«¿Qué estoy haciendo...?» susurró con la voz rota, cayendo de rodillas al borde de un barranco y sin poder creer que había estado a punto de acabar con su vida.

Había bebido demasiado, pero no podía culpar al alcohol si esta idea ya había rondado su mente desde hace varios días, y es que cuando cantó Her Sweet Kiss por primera vez en público, se dio cuenta; nada detendría esa opresión en su pecho, el maldito nudo en su garganta y las putas lágrimas contenidas desde aquel día en la montaña.

Quería llorar, necesitaba tanto llorar y, sin embargo, las lágrimas no salían. Era como encontrarse en un estado de letargo y no hubiera forma de salir de ahí.

Amaba a Geralt, lo amó durante veintidós años sin importar el trato que recibiera de él. Amaba la casi imperceptible manera en que demostraba sus sentimientos, que sus acciones siempre fueran justas y que, sin importar que todos lo odiaran, él siempre ayudaba a quien lo necesitara.

Amaba incluso su sola compañía, pero enterarse a los gritos de que, en cambio, para el brujo nunca fue más que una desgracia en su vida... le dolió más que cualquiera de las puñaladas que recibió en sus peleas.

Lo dejó destrozado. Tanto, que ni siquiera fue capaz de volver a cantar para aliviar un poco de su dolor, así que vendió todas sus joyas para hacer algo de dinero, pero la mayoría se lo gastó en alcohol y ahora no sabía qué hacer, cómo seguir viviendo con el hambre que lo invadía en más de un sentido.

Poniéndose de pie con dificultad, bebió de golpe lo poco que quedaba en su botella y, arrojándola lejos, se dio la vuelta con otra idea en su mente, una que no implicaba morir o, al menos, no por voluntad propia.

Un Djinn, buscaría un Djinn, tan estúpido y aterrador como sonara eso. Porque debía admitirlo, le tenía pánico a esas criaturas después de que uno casi terminó matándolo, pero al diablo, estaba desesperado. Además, esta vez sí sería él quien pidiera el deseo, y se aseguraría de hacerlo bien.

Con una determinación autoimpuesta, buscó hora tras hora y día tras noche sin descanso, sin dormir siquiera cinco minutos por la aflicción de encontrarlo.

Cada vez que sacaba la red vacía su determinación declinaba un poco, temiendo que llegara el momento en que tuviera que resignarse a vivir con ese dolor en su pecho, ese dolor de saber que amó por años a una persona que todo el tiempo lo detestó. Sin embargo, cuando estaba a punto de considerar la idea de ir por unos ahogadores en lugar de un maldito Djinn, sintió algo más pesado al tirar de la red, y se apresuró a jalarla rogando entre dientes que no fuera otra piedra.

Se quedó estático cuando lo que atrapó salió por fin a la vista, pero no se dejó invadir por la sorpresa por más de unos segundos. En cambio, se apresuró a sacar el recipiente lo más rápido posible, con las manos temblando por la desesperación que lo había acompañado todo este tiempo.

Era diferente al que Geralt había encontrado, pero retiró la tapa con la esperanza intacta, y esperó unos segundos en silencio mientras suplicaba que pasara algo.

Afortunadamente, lo hizo. Un humo idéntico al que había visto hace años salió con fuerza del recipiente en sus manos, pero esta vez se aseguró de sostenerlo bien para que no se rompiera y, sin poder esperar un segundo más, pidió su deseo.

«¡Djinn! Yo... ¡deseo no sentir más dolor!» gritó con un nudo en la garganta, y sintió su corazón detenerse cuando el humo se dirigió hacia él, empujándolo con tal fuerza que cayó de espaldas en la tierra.

Una molestia en su antebrazo lo hizo fruncir el ceño y mirarse extrañado, y se preguntó cómo se había hecho ese corte si no había caído contra nada filoso.

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